I N F A N C I A
Mar
y cielo de intenso y limpio azul. Casas blancas con tejas rojizas y aceras
rojas con bordes blancos como la nieve, limpio y ordenado, construido durante
la dominación inglesa, era mi pueblo en el que nací el día dieciséis de febrero
de mil novecientos quince.
Villacarlos, Es Castell. Recuerdo
el efecto que en mi hacía ver su nombre escrito en grandes letras: me parecía
verle escrito para la eternidad. Villacarlos, ¨Es Castell¨, ¨Menorca¨, la isla
de los vientos que azotaban el pasado y creaban el porvenir.
Al
nacer yo se cumplían los once hijos de un matrimonio que aportaban uno mi madre
y cuatro mi padre de sus anteriores esposos. Yo era la sexta de su ansiada
unión pues se amaban ya anteriormente y, por razones familiares de aquella
época, no pudieron realizar como hubieran deseado.
Mi nacimiento coincidió con ser
el último día de Carnaval. Mis hermanas participaron casi de puerta en puerta
la feliz noticia. Había nacido una niña colmándoles de alegría, pues dos
hermanos anteriores eran varones. Alegría truncada pues yo había nacido con los
pies varus equinos, y no tenían forma, ni dedos, como una pelota torcida hacia
adentro. Durante varios días evitaron que mi madre pudiera verme desnuda,
temerosos de la fuerte impresión que sufriría al descubrir el lamentable estado
de mis pies: Poco a poco la verdad fue desvelada y al natural sufrimiento
surgió otro inesperado y de dificil calificación.
Mi padre era el alcalde
republicano de Villacarlos. Su nombre era respetado por su integridad personal,
su honradez, su grandiosa humanidad. El nombre de José Ripoll y Mari era
venerado por casi todo el pueblo; sus contrarios en ideal pero, no tardaron en
desahogar su envidia y malevolente voluntad en forma francamente exenta de
humanidad. La finca de mis antepasados paternos era conocida por el apodo de
¨es moixet ¨( gato o gatito ) sólo los contrarios le nombraban así y no como de
costumbre. Su nombre era el de José Ripoll y Marí y el de mi madre Juana Manent
y Pablo. Confeccionaron un gran pastel con la típica pasta de “congret”,
colocaron encima un gato negro, símbolo de mala suerte, escribieron unas glosas
( versos sin poesía ) en las que se referían a mi nacimiento con mis deformes
pies y anunciando con franca ironía que la hija de Ripoll jamás podría andar.
El pastel fue paseado por todo el pueblo y las glosas repartidas por los
hogares.
El Dr. Llansó, médico menorquín y
diputado en Barcelona, escribió a mi padre anunciándole la llegada a dicha
ciudad de un médico catalán que había cursado los estudios en Alemania y se
establecía en Barcelona como cirujano ortopédico con un sistema nuevo y
especial. Como que mi padre debía de ir a Madrid con motivo de una reunión
parlamentaria, mi madre fue la que me llevó a Barcelona donde a los dieciocho
meses fui operada, siendo la primera operación en Barcelona del Dr. Federico
Pell y Cuffi.
La operación duró catorce horas.
Dicen que no lloré y que el médico asombrado les avisó que no extrañasen si
lloraba mucho pues había aguantado mucho dolor. Por lo tanto lo lógico era que
desahogase el llanto contenido. Con el médico nos unió un singular cariño toda
la vida. Cada seis meses íbamos a Barcelona y me hacía un nuevo enyesado, hasta
que cumplí los cuatro años.
En el entretanto yo vivía en un
cochecito de mimbre azul, como una camita y con grandes ruedas. En él viví una
vida entrañable, intensa, maravillosa, a la que me siento profunda y
amorosamente agradecida.
Desde mi habitación veía el cielo
y el mar como una gran balsa de aceite en el que brillaba el sol sembrando un
número infinito de estrellas relucientes. El espectáculo me llenaba de un gozo
infinito. Las estrellas danzaban en el agua y su incesante centelleo tenía en
mí resonancias musicales que me transportaban cerca y lejos a la vez del lugar
donde anclaban el cochecito para pasar las horas matinales o las tardes luego
hasta el anochecer.
Las nubes jugaban en el cielo,
ora espesas, opacas y negruzcas, ora transparentes, luminosas, con variantes de
forma y colorido; ángeles, perros que me miraban con amor. O una gran figura,
un enorme y hermoso rostro de alguien que me miraba dulcemente y a quien yo
llamaba Dios. ¿Qué otro podía ser si estaba en el cielo?. Y los días pasaban
mientras yo esperaba siempre el lenguaje de las nubes que me esperaban también
a mí. Y no fallaban. Cada día acudían a mi espera llenando las horas de una sin
igual belleza. Del cielo al mar hasta la hora en que los niños salían del
colegio y llenaban las calles con sus risas y sus juegos en los que yo
participaba tanto como si jugase yo. Aprendí de ellos tantas cosas. Recuerdo el
suave sonido de sus pies cubiertos por sandalias con suela de goma. Cada
estación tenía sus juegos y yo en invierno esperaba la primavera. Se reunían
contando cuentos. Yo les contaba lo que veía en las nubes y ellos me seguían y
lo veían también. De este modo nos hicimos ellos, las nubes y yo grandes
amigos. Viéndoles jugar aprendí de ellos a jugar al escondite, al diávolo, a
cuatro esquinas, a pelota, la charranca, etc. Y esperaba con ansiedad la llegada del verano. El día 25 de julio era
el día de San Jaime, la fiesta mayor del pueblo. Los niños estrenaban zapatos
de charol y calcetines blancos. Yo miraba mis pies y mis piernas cubiertos de
yeso y pensaba: ¿cuándo me quiten “eso” habrá piernas y pies como tienen ellos?
Y sentía los calcetines blancos en mis pies como una caricia y como un apoyo y
cuando llegaba el calor las sandalias con suela de goma rodeaban mis pies y
sentía mis pisadas produciendo aquel ruido tan tierno y tan suave a la vez. Y
era feliz, si, muy feliz. Un día saldría de aquel cochecito y tal vez andaría
como ellos. Y el cielo y el mar me hacían promesas que yo no iba a olvidar.
Entretanto dormía al abrigo de la
esperanza verde, lozana, inmensa y serena. Me esperaba la noche y con ella
coros angélicos acudían a mi encuentro. Yo cruzaba un corto sendero y me unía a
ellos. Dormía y despertaba al tintilléo de una gran pregunta: ¿ por qué el día?
¿por qué la noche? ¿por qué la luz y por qué la tiniebla?.
Y un día desperté alegre y
resuelta. Y le dije a mi padre: “Papá, ya tengo la respuesta. Sólo hay
diferentes formas de luz. ¿Por qué aquí sí?
Y mi padre cogió una vela y una naranja. ¿Ves? Me
dijo mostrándome la naranja y sosteniéndola frente a la vela a la que prendió
fuego.
Mira. ¿Ves la parte de la naranja
que mira a la vela? Esta iluminada, ¿no?. Esto es el día. La otra cara esta
oscura. Es la noche. Imagina que la naranja da vueltas alrededor de la vela y
que tarda en dar la vuelta veinticuatro horas. Un día durante el cual se
suceden el día y la noche. La naranja representa la Tierra y la vela represente
el Sol. Como que la naranja al dar la vuelta a la vela gira sobre sí misma ( y
la hizo rodar ) unas veces ilumina un trozo y otras otro, lo que origina que la
luz y la sombra no estén siempre en el mismo sitio. Lo mismo ocurre con la
Tierra y el Sol.
-
Oh
papá, gracias, dije.
Y
él me sentó en sus rodillas. Su rostro bondadoso y afable se iluminó con una
dulce sonrisa, mientras yo gozaba la visión de otra realidad.
Luego, por la tarde en que mi madre
disponía de más tiempo para estar conmigo, se lo conté como ahora a vosotros.
Sólo que ahora tengo ochenta años y entonces tenía cuatro y me habían quitado
el yeso. Y habían piernas y habían pies, sólo que no podía andar. Pero yo sabia
que llegaría a hacerlo; era una promesa de las nubes y fue como ahora os voy a
contar.
Pasaron aún unos meses de espera,
de pruebas diversas como sostenerme sin ayuda, tratar de avanzar un pie tras
otro cogidas mis manos por las de mi madre, mi padre o de algún hermano o de
Francisca la sirvienta que me atendía durante todo el día. Hasta que una tarde
vino una elegante señora a visitar a mi madre. Me trajo juguetes; un muñeco que
era un explorador con todo su equipo y una muñeca a la que yo llamé “llorona”.
Dicha señora, se llamaba Dª
Anita, me preguntó:
-¿Tu quieres andar?
-Sí, contesté yo.
-Pues mira. Yo te enseñaré dos cosas y tú elige la
que más quieras, pero has de venir tú a cogerla.
Y en su mano derecha, sujetándola
con los dedos, habia una moneda.
-
Es
de oro ¿sabes?. Me dijo.
En su mano izquierda tenía una
naranja.
-
¿Qué
quieres? Me preguntó.
-
La
naranja, no dudé en contestar.
-
Pues
bien. Si la quieres, ven a por ella.
Y
así empecé a andar. De nuevo tenía la naranja una singular importancia para mí.
¡ La nena anda ¡
¡ Onésima anda ¡
¡ Onésima ha empezado a caminar¡
¡Anda,
anda ¡ ¡Anda¡.... Se extendía la voz como un eco de triunfo. Y yo creo que el
pueblo, todo el pueblo, sonreía.
Poco a poco el suelo desaparecía
bajo mis pies. No hubieron zapatitos de charol. Unas botas negras hasta las
rodillas y unos hierros para dormir desde la planta de mis pies, como una
plantilla, hasta cerca de las rodillas a fin de mantener el pie casi en ángulo
recto con la pierna. Pero podía andar y más tarde correr y saltar. Era una
maravilla que me hacía descubrir un mundo nuevo en el que, además de estrellas,
de luces de luna y de sol y de nubes cambiantes de forma y de color, había un
mar en el que podía hundir mis manos. Sentir la caricia de sus aguas, el beso
de sus olas al chocar contra las rocas inundando mis pies como una bendición.
Mi cielo, mi mar, mi tierra llena de extrañas revelaciones; piedras, hierbas,
árboles, flores, todo podía ser objeto de mi presencia y con ella de mi
gratitud y amor.
Y ahora sé que a cada sufrimiento
sucede una compensación.
Me ha gustado mucho. Escribía muy bien y además, imprime a sus palabras un optimismo y alegría que se contagia. Me encantará leer más sobre ella. Un abrazo.
ResponderEliminarPublicaré todo el libro, Merchi, y podras seguirlo si quieres. Era una persona extraordinaria que ha dejado un vacio inmenso. Publicar, y volver a leer este libro, me ayuda a superar la tristeza de su ausencia. Gracias por leerlo y decirmelo.
ResponderEliminarQue bien escribia tu madre, Edmond! Y qué extraordinario que lo hiciera a los 80 años y con unos recuerdos tan claros!!
ResponderEliminarGracias Candela. Era una persona distinta, con unos sentimientos profundos que amaba a todos mis amigos y ellos la adoraban. Muchos de sus hijos la llamaban "abuela". Para mi es un vacio imposible de llenar, pero la vida sigue.
ResponderEliminarUn texto bellísimo, Edmond. Gracias por darnos a conocer el libro de tu madre. Tengo una sorpresa para ti en un par de días...
ResponderEliminarGracias Rosa. Esperaré intrigado. Un abrazo.
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