31 mar 2013

La vida critica... 82 - A mi también me habría gustado

Hay personas que se han hecho ricos inventando algo tan simple como la sopa de ajo, pero esto de las bolsas de patatas es realmente simple. De momento ya tengo una bolsa: a ver que se me ocurre meter dentro, barato, y que se venda como el aire...

30 mar 2013

Pinceladas - La vida de mi madre Capitulo 2º

Pinceladas es el libro que escribió mi madre hace algunos años y que estoy publicando pues muchas personas me han pedido que continue haciendolo. Como su titulo, voy a poner algunas "pinceladas" de el. No lo pondré todo completo pues hay algunas partes muy intimas y tristes que prefiero no hacer publicas.
Este es el segundo capitulo y se titula




C A M I N A R



Creo que fue a partir de este momento que mi vida adquirió un sentido más humano. Empecé a conocer de nuevo a mi familia compartiendo con ellos hogar, costumbres, comidas. En la mesa nos reuníamos  doce o trece según fuéramos los padres y los hijos o gozásemos de la compañía de nuestra abuela materna. El mayor de los hermanos trabajaba en Mahón, por cuyo motivo no estaba presente durante el día, y a los abuelos paternos ya no les conocí pues habían muerto antes de yo nacer. El abuelo materno murió cuando yo tenía tres años. Era un viejo marino amante del mar, de la vida, de la familia; honrado y valiente. Me agradaba acariciar su barba partida en dos y sus ojos, no muy grandes eran como dos discos arrancados del cielo azul. Se llamaba Juan Manent y la abuela María Pablo. Era cariñosa, dulce e inteligente. Yo iba a verla a menudo y me sentaba a sus pies, apoyaba mi cabeza en su larga falda y escuchaba sus relatos, anécdotas de su vida o pensamientos y consejos sobre todo a mis hermanas. De los once hermanos el mayor, hijo de mi madre en su primer matrimonio, se llamaba Juan coincidiendo con el mayor de los hijos de mi padre y su primer matrimonio. Del mismo origen seguían tres hermanas, María, Anita y Adela. María , ¡cómo la recuerdo!. Era quien más me atendía. Mientras estuve en el cochecito ella me acompañaba, me venía a buscar y pasaba muchos momentos conmigo. Me lavaba, peinaba, ponía un gran lazo en mis cabellos. Su rostro era el de una muñeca. Su tez blanca y rosada; sus labios siempre sonrientes, eran como las fresas maduras y todo en ella brillaba de tanta pulcritud.
Mis padres tenían una Cooperativa que atendían entre los dos. Una criada, Andrea, cuidaba del hogar y otra de más edad, Francisca, cuidaba especialmente de mí. Como que yo apenas comía durante el día, me hacía una tortilla y me llevaba por la noche junto al mar. Y allí, mientras yo jugaba con el agua o gozaba contando las estrellas y me entusiasmaba con su reflejo en el mar, ella me daba poco a poco la comida. Volvíamos luego al hogar y después de asearme me acostaba en la cama.
Francisca, le decía yo. Ya puedes marcharte pues me voy con mis amigos. Y unida a los coros, no tardaba en dormir.

Mis hermanas además de ayudar en los quehaceres de la casa, iban a casa de los abuelos y confeccionaban bolsos con anillas de plata. Adela , que era hermosa y buena como un ángel murió a los dieciseis años de una tuberculosis galopante. Me acuerdo de que yo me arrodillaba en la calle y le pedía a Dios que me la devolviera, viva o muerta, pero que me la diera otra vez.
La muerte. La primera vez que supe de su existencia fue admitida por mi sin la más mínima comprensión y como una manifiesta injusticia. Había muerto el doctor Martorell, el médico del pueblo. ¿Cómo podía morir el que cuidaba de sanar a los enfermos y quitar el dolor a los que sufrían?. Le dije a Dios: ¿Quién eres tu que matas y te llevas a los buenos? Devuélveme a mi hermana, por favor...
Y busqué en todo a la eternidad. Me refugié en las flores por su pureza; pero se marchitaban y morían. ¿Dónde no estaba la muerte? El más absoluto silencio coreaba mi pregunta. La única respuesta: todos hemos de morir, me decían. Pero yo seguía preguntando ¿por qué?.
Una tía mía, hermana de mi madre, evangélica, nos contaba cuentos a mi hermano Leandro y a mí algunas noches. Nos cantaba una canción que hablaba de la muerte y decía: “Vendrá de noche...” no recuerdo más ahora. La consecuencia, sí. Una noche en la que mis padres habían ido a Mahón y no habían vuelto, yo, sigilosamente a fin de no hacer ruido alguno prepare un paquete con ropa mía y me fui. La carretera estaba vacía; de vez en cuando aparecía una débil luz que iluminaba las acequias laterales infundiéndoles un muy lúgubre aspecto. Los latidos de mi corazón se apresuraban, algo quedaba suspendido, ahogado en mi garganta y mis piernas empezaban a temblar. Unas sombras se acercaban y una voz de hombre oí que decía :
Parece la hija de Ripoll- y añadió luego:
Onésima, ¿eres tu? ¿dónde vas a estas horas?
Y me cogió mientras yo contestaba:
Me voy, huyo de la muerte...
El era el Sr. Florian, el farmacéutico del pueblo que iba acompañado de su esposa
Los dos me cogieron y me acompañaron a mi casa. No recuerdo si esperaron a mis padres, no se nada más; tal vez me dormí. Cuando desperté, algo había pasado aquella noche. El problema de la muerte había perdido importancia. Suavemente se había desvanecido, transformado. Su densa, opaca , su tenebrosa oscuridad había dado paso a una nube etérea, luminosa y transparente que me anunciaba sin palabras ni sonido desde el más íntimo y seguro silencio, que no estabamos solos. Y el pueblo, la tierra que pisaba, el mundo en que vivía eran para mi una nueva revelación.
Los recuerdos se amontonan y seguramente que el orden en que sucedieron en la realidad queda confuso y no me es fácil una explicación que se ajuste dignamente y con entera fidelidad a la auténtica cronología de los hechos. Pero lo importante es reflejarlos con sencillez y veracidad.
Supongo que en aquel entonces tendría yo unos cinco años, poco más o menos. En la calle paralela a la nuestra y más lejana a mi mar, vivía una mujer culta e inteligente, no muy favorecida por la belleza. Era actriz y de notable calidad. Se llamaba Aurora y tenía un piano, un piano en el que yo de oidas, como se suele decir, interpretaba canciones o melodías conocidas o que yo improvisaba. Amaba a la música y el sonido del piano cuando alguien lo interpretaba producía en mi sentimientos y emociones que detenían el tiempo e imprimían en él profundas huellas de ternura o de dolor. Era como vivir mi vida en un silencio misterioso del que se me hacía difícil despertar: Cuando cesaba la música se oscurecía el cielo y me envolvía una  nube de añoranzas. Donde fuera que fuésemos, de visita o estancia dentro o fuera de la isla, yo buscaba un piano con verdadero afán. Si no lo había un gran vacío se apoderaba de mi. Si por el contrario me aguardaba una feliz sorpresa, yo no lo tocaba como es natural, pero el vacío desaparecía como por encanto y me invadía una gozosa paz como cuando regresaban mis padres si habían salido y tardado en volver.
Mis padres. Toda una vida de recuerdos y de amor de tierna y profunda entrega y veneración no alcanza a compensar lo mucho que ellos merecieron. Su vida fue una entrega fiel a la familia, al pueblo, a la humanidad y también junto a su gran capacidad de amar, su elevado concepto de la justicia que a menudo les condujo a dolorosos sacrificios.
Tendría yo unos seis años, cuando el segundo en edad de mis hermanos y que como el mayor también se llamaba Juan, había publicado unas hojas en las que denunciaba actitudes incorrectas en algunos altos jefes militares y otros religiosos. Por profundas amistades y por la estimación a que mi padre se había hecho acreedor, hubiera podido éste liberar a mi hermano de las consecuencias de su acto: pero ni mi padre ni mi propio hermano admitieron favor alguno, y Juan fue condenado a seis meses y un día a la cárcel de Palma de Mallorca. Le acompañamos mi madre y yo y  durante el tiempo de la condena vivimos en casa de unos amigos de mis padres, la familia Rosello dueños de una importante fábrica de turrones, chocolate, galletas y dulces de todas clases.
Ibamos a ver a mi hermano todos los días. Le veíamos entre rejas junto a muchos detenidos por diversos motivos. Allí se oía hablar de crímenes, amenazas, algunas como: cuando salga de aquí te mataré”. Todo ello encarnaba resentimientos políticos o particulares; robos o fechorías de todas clases: veía cómo les repartían el rancho y en la mayoría de los días era, en grandísimas ollas, garbanzos en un caldo rojizo y un trozo de pan. Nosotros le traíamos fruta, galletas, leche, alguna que otra golosina y la ropa. Además del ambiente de rencor y de violencia que allí se respiraba, se desprendía un olor especialmente desagradable. Dejarle en aquel estado nos sumía en la más profunda tristeza y también temor. Juan nos animaba; su carácter entero, bondadoso y libre, le hacía superar las inconveniencias que le asediaban. Y un dia, inesperadamente, nos dijo que el Sr. Director le había llamado para decirle que a partir de aquel momento podría recibirnos en su despacho y estar un rato con nosotras. Tal noticia transformó en satisfacción la crudeza de los largos días anteriores. Algunos días después el director le hizo una propuesta. Su comportamiento le había hecho acreedor a la confianza y le ofrecían el cargo de carcelero a cambio de una notable mejoría de sus actuales condiciones; celda particular, libertad de entrar y salir, alimentación normal, visitas particulares, etc. Y mi hermano contesto:
“Agradezco Sr. Director, su ofrecimiento y celebro que se haga en presencia de mi madre y mi hermana pequeña. Ellas lo recordarán durante su vida. Y añadió: “Pero no puedo aceptar su valiosa proposición pues no soy digno de la confianza que deposita en mi. Si usted me confía las llaves de la libertad de mis compañeros, mañana, a buen seguro, no quedará en la cárcel ni un solo preso”.
Mi ser entero vibraba de emoción por tan variados matices que me abalancé al cuello de mi hermano y exhalé un grito, un grito limpio, fuerte, sincero de: “¡Viva Juanito!”.
El tiempo tiene a veces jugadas imprevisibles, pues yo de los seis años pasé repentinamente a los sesenta y me sentí padre de mi hermano. Vi la mirada verde azul de mi padre húmeda y brillante como un lucero en la noche oscura. Mi madre le abrazó y dirigiéndose al Director le dijo con dulce humildad: “Nosotros somos así”.
En el rostro de mi hermano se dibujó una sonrisa. Nada alteró la paz de aquel momento en el que el propio Director, visiblemente emocionado, posó sus manos sobre los hombros de Juan y acompañándonos a la salida de su despacho dijo con voz apagada:
“Bien Ripoll. Todo seguirá como hasta ahora. Cuento , empero, con tu leal colaboración.
Esta reunión tuvo lugar al atardecer, de modo que al regresar a la ciudad, pude disfrutar  de un espectáculo lleno de diáfanas sorpresas. En Menorca, al anochecer, las luces de la costa lindando al mar, pueden contarse casi con los dedos de las manos. En esta isla mallorquina brotaban chispas luminosas por doquier, como una lluvia de margaritas o como una explosión de gotas de chispeante luz que surgían como por arte de magia, dando la impresión de haber penetrado en un mundo desconocido. Todas las cosas agradables despiertan el deseo de repetición. Así quedó en mi la ansiedad de volver a aquel lugar a la misma hora y contemplar de nuevo aquel derroche de luces sembradas en la oscuridad, pero espectacularmente minúsculas; pero brillantes y juguetonas, casi como las estrellas.
Mi madre explicó a la familia Roselló lo acaecido con la aprobación de casi todos sus miembros; pero alguien opinó que valía la pena de haberlo aprovechado beneficiándose de unos valores de los que nadie tenia por qué enterarse.
¿Nadie? Incurrió mi madre. Nadie si, la conciencia”.
Ellos enmudecieron y yo quedé pensando... la conciencia. Algo a lo que buscar. Lo esconderé bajo la almohada cuando me acueste y mañana sabré algo más. Era ésa una solución que nadie me había enseñado; pero que me ofrecía sorprendentes resultados, como un medio mediante el cual calmaba o desaparecía el dolor. Cuando me apresaba un dolor de vientre, pies, piernas, cabeza, etc. Yo no me quejaba. ¿Para qué? Pensaba yo. Y lo que hacía era indagar, investigar respuestas, preguntar. Bueno , me decía: ¿Qué es el dolor?.
¿Puedo verlo?
-No.
¿Puedo tocarlo?
-No.
¿Puedo oirlo?
-No.
¿Puedo gustarlo?
-No.
Pues entonces si con todo cuanto tengo a mano para hallar respuesta no la hallo, ¿qué es el dolor?. ¿O acaso no existe?.
Y hallé que metida de lleno en estos pensamientos con real interés, el dolor se desvanecía poco a poco hasta desaparecer. Y entonces me dije: Pues el dolor no tiene existencia real. Es algo que está presente mientras yo le presto atención; pero que desaparece en cuanto le pido respuestas y la atención se desvía de él para entregarse a la búsqueda de soluciones seguras y severas. Entonces no vale. No es. Y se acabó.
Así que al despertarme por la mañana pensé: No será la conciencia esa voz sin sonido ni presencia, sin color, que desde nuestro interior nos dice: eso no lo hagas, eso no lo digas o, “cuidado que te puedes caer”, o, “así puedes hacerte daño” y tantos etc. Como sean. Lo cierto es que Algo nos avisa antes o después del bien y del mal. Y este Algo que está por encima de nosotros nos induce a un determinado fin. Nuestro propio hallazgo explorando en nuestro interior.
Mi fe, mi absoluta confianza en una fuerza incalificable, indefinible para mi, iba adquiriendo una extraordinaria firmeza, una potente seguridad. Los coros angélicos habíanse esfumado; ya no me esperaban para envolver mi sueño, o yo no los veía. Pero su presencia acompañaba a algo superior a mi sueño; a mi propia vida formando un todo compacto e indisoluble.


28 mar 2013

La vida critica... 81 - Hipocondriacos

He conocido muchas personas que tienen todas las enfermedades que existen, y algunas más. Mi padre ha sido siempre uno de ellos, ¡y va camino de los 105 años!

26 mar 2013

TelaVision 21 - Hay quien cree en paparruchas

Nuestro amigo Lopez no es de ellos: el es como Santo Tomas y solo cree lo que puede ver, aunque a veces las cosas engañan...Ah, ¿alguno de vosotros recuerda a este presentador de TVE? Se llamaba Jesus...

23 mar 2013

Pinceladas - La vida de mi madre - Capitulo primero

A partir de hoy, cada semana publicaré un capitulo de la autobiografía que escribió mi madre cuando tenía ochenta años. Los ultimos años de su vida los paso, como los primeros, sin poder andar, pero siempre tuvo un caracter luminoso y optimista viendo tan solo el lado bueno de las cosas. Espero que os guste leerlo.



I N F A N C I A




Mar y cielo de intenso y limpio azul. Casas blancas con tejas rojizas y aceras rojas con bordes blancos como la nieve, limpio y ordenado, construido durante la dominación inglesa, era mi pueblo en el que nací el día dieciséis de febrero de mil novecientos quince.
Villacarlos, Es Castell. Recuerdo el efecto que en mi hacía ver su nombre escrito en grandes letras: me parecía verle escrito para la eternidad. Villacarlos, ¨Es Castell¨, ¨Menorca¨, la isla de los vientos que azotaban el pasado y creaban el porvenir.
Al nacer yo se cumplían los once hijos de un matrimonio que aportaban uno mi madre y cuatro mi padre de sus anteriores esposos. Yo era la sexta de su ansiada unión pues se amaban ya anteriormente y, por razones familiares de aquella época, no pudieron realizar como hubieran deseado.
Mi nacimiento coincidió con ser el último día de Carnaval. Mis hermanas participaron casi de puerta en puerta la feliz noticia. Había nacido una niña colmándoles de alegría, pues dos hermanos anteriores eran varones. Alegría truncada pues yo había nacido con los pies varus equinos, y no tenían forma, ni dedos, como una pelota torcida hacia adentro. Durante varios días evitaron que mi madre pudiera verme desnuda, temerosos de la fuerte impresión que sufriría al descubrir el lamentable estado de mis pies: Poco a poco la verdad fue desvelada y al natural sufrimiento surgió otro inesperado y de dificil calificación.
Mi padre era el alcalde republicano de Villacarlos. Su nombre era respetado por su integridad personal, su honradez, su grandiosa humanidad. El nombre de José Ripoll y Mari era venerado por casi todo el pueblo; sus contrarios en ideal pero, no tardaron en desahogar su envidia y malevolente voluntad en forma francamente exenta de humanidad. La finca de mis antepasados paternos era conocida por el apodo de ¨es moixet ¨( gato o gatito ) sólo los contrarios le nombraban así y no como de costumbre. Su nombre era el de José Ripoll y Marí y el de mi madre Juana Manent y Pablo. Confeccionaron un gran pastel con la típica pasta de “congret”, colocaron encima un gato negro, símbolo de mala suerte, escribieron unas glosas ( versos sin poesía ) en las que se referían a mi nacimiento con mis deformes pies y anunciando con franca ironía que la hija de Ripoll jamás podría andar. El pastel fue paseado por todo el pueblo y las glosas repartidas por los hogares.
El Dr. Llansó, médico menorquín y diputado en Barcelona, escribió a mi padre anunciándole la llegada a dicha ciudad de un médico catalán que había cursado los estudios en Alemania y se establecía en Barcelona como cirujano ortopédico con un sistema nuevo y especial. Como que mi padre debía de ir a Madrid con motivo de una reunión parlamentaria, mi madre fue la que me llevó a Barcelona donde a los dieciocho meses fui operada, siendo la primera operación en Barcelona del Dr. Federico Pell y Cuffi.
La operación duró catorce horas. Dicen que no lloré y que el médico asombrado les avisó que no extrañasen si lloraba mucho pues había aguantado mucho dolor. Por lo tanto lo lógico era que desahogase el llanto contenido. Con el médico nos unió un singular cariño toda la vida. Cada seis meses íbamos a Barcelona y me hacía un nuevo enyesado, hasta que cumplí los cuatro años.
En el entretanto yo vivía en un cochecito de mimbre azul, como una camita y con grandes ruedas. En él viví una vida entrañable, intensa, maravillosa, a la que me siento profunda y amorosamente agradecida.
Desde mi habitación veía el cielo y el mar como una gran balsa de aceite en el que brillaba el sol sembrando un número infinito de estrellas relucientes. El espectáculo me llenaba de un gozo infinito. Las estrellas danzaban en el agua y su incesante centelleo tenía en mí resonancias musicales que me transportaban cerca y lejos a la vez del lugar donde anclaban el cochecito para pasar las horas matinales o las tardes luego hasta el anochecer.
Las nubes jugaban en el cielo, ora espesas, opacas y negruzcas, ora transparentes, luminosas, con variantes de forma y colorido; ángeles, perros que me miraban con amor. O una gran figura, un enorme y hermoso rostro de alguien que me miraba dulcemente y a quien yo llamaba Dios. ¿Qué otro podía ser si estaba en el cielo?. Y los días pasaban mientras yo esperaba siempre el lenguaje de las nubes que me esperaban también a mí. Y no fallaban. Cada día acudían a mi espera llenando las horas de una sin igual belleza. Del cielo al mar hasta la hora en que los niños salían del colegio y llenaban las calles con sus risas y sus juegos en los que yo participaba tanto como si jugase yo. Aprendí de ellos tantas cosas. Recuerdo el suave sonido de sus pies cubiertos por sandalias con suela de goma. Cada estación tenía sus juegos y yo en invierno esperaba la primavera. Se reunían contando cuentos. Yo les contaba lo que veía en las nubes y ellos me seguían y lo veían también. De este modo nos hicimos ellos, las nubes y yo grandes amigos. Viéndoles jugar aprendí de ellos a jugar al escondite, al diávolo, a cuatro esquinas, a pelota, la charranca, etc. Y esperaba con ansiedad  la llegada del verano. El día 25 de julio era el día de San Jaime, la fiesta mayor del pueblo. Los niños estrenaban zapatos de charol y calcetines blancos. Yo miraba mis pies y mis piernas cubiertos de yeso y pensaba: ¿cuándo me quiten “eso” habrá piernas y pies como tienen ellos? Y sentía los calcetines blancos en mis pies como una caricia y como un apoyo y cuando llegaba el calor las sandalias con suela de goma rodeaban mis pies y sentía mis pisadas produciendo aquel ruido tan tierno y tan suave a la vez. Y era feliz, si, muy feliz. Un día saldría de aquel cochecito y tal vez andaría como ellos. Y el cielo y el mar me hacían promesas que yo no iba a olvidar.
Entretanto dormía al abrigo de la esperanza verde, lozana, inmensa y serena. Me esperaba la noche y con ella coros angélicos acudían a mi encuentro. Yo cruzaba un corto sendero y me unía a ellos. Dormía y despertaba al tintilléo de una gran pregunta: ¿ por qué el día? ¿por qué la noche? ¿por qué la luz y por qué la tiniebla?.
Y un día desperté alegre y resuelta. Y le dije a mi padre: “Papá, ya tengo la respuesta. Sólo hay diferentes formas de luz. ¿Por qué aquí sí?
Y mi padre cogió una vela y una naranja. ¿Ves? Me dijo mostrándome la naranja y sosteniéndola frente a la vela a la que prendió fuego.
Mira. ¿Ves la parte de la naranja que mira a la vela? Esta iluminada, ¿no?. Esto es el día. La otra cara esta oscura. Es la noche. Imagina que la naranja da vueltas alrededor de la vela y que tarda en dar la vuelta veinticuatro horas. Un día durante el cual se suceden el día y la noche. La naranja representa la Tierra y la vela represente el Sol. Como que la naranja al dar la vuelta a la vela gira sobre sí misma ( y la hizo rodar ) unas veces ilumina un trozo y otras otro, lo que origina que la luz y la sombra no estén siempre en el mismo sitio. Lo mismo ocurre con la Tierra y el Sol.
-       Oh papá, gracias, dije.
Y él me sentó en sus rodillas. Su rostro bondadoso y afable se iluminó con una dulce sonrisa, mientras yo gozaba la visión de otra realidad.
Luego, por la tarde en que mi madre disponía de más tiempo para estar conmigo, se lo conté como ahora a vosotros. Sólo que ahora tengo ochenta años y entonces tenía cuatro y me habían quitado el yeso. Y habían piernas y habían pies, sólo que no podía andar. Pero yo sabia que llegaría a hacerlo; era una promesa de las nubes y fue como ahora os voy a contar.
Pasaron aún unos meses de espera, de pruebas diversas como sostenerme sin ayuda, tratar de avanzar un pie tras otro cogidas mis manos por las de mi madre, mi padre o de algún hermano o de Francisca la sirvienta que me atendía durante todo el día. Hasta que una tarde vino una elegante señora a visitar a mi madre. Me trajo juguetes; un muñeco que era un explorador con todo su equipo y una muñeca a la que yo llamé “llorona”.
Dicha señora, se llamaba Dª Anita, me preguntó:
-¿Tu quieres andar?
-Sí, contesté yo.
-Pues  mira. Yo te enseñaré dos cosas y tú elige la que más quieras, pero has de venir tú a cogerla.
Y en su mano derecha, sujetándola con los dedos, habia una moneda.
-       Es de oro ¿sabes?. Me dijo.
En su mano izquierda tenía una naranja.
-       ¿Qué quieres? Me preguntó.
-       La naranja, no dudé en contestar.
-       Pues bien. Si la quieres, ven a por ella.
Y así empecé a andar. De nuevo tenía la naranja una singular importancia para mí.
¡ La nena anda ¡
¡ Onésima anda ¡
¡ Onésima ha empezado a caminar¡
¡Anda, anda ¡ ¡Anda¡.... Se extendía la voz como un eco de triunfo. Y yo creo que el pueblo, todo el pueblo, sonreía.
Poco a poco el suelo desaparecía bajo mis pies. No hubieron zapatitos de charol. Unas botas negras hasta las rodillas y unos hierros para dormir desde la planta de mis pies, como una plantilla, hasta cerca de las rodillas a fin de mantener el pie casi en ángulo recto con la pierna. Pero podía andar y más tarde correr y saltar. Era una maravilla que me hacía descubrir un mundo nuevo en el que, además de estrellas, de luces de luna y de sol y de nubes cambiantes de forma y de color, había un mar en el que podía hundir mis manos. Sentir la caricia de sus aguas, el beso de sus olas al chocar contra las rocas inundando mis pies como una bendición. Mi cielo, mi mar, mi tierra llena de extrañas revelaciones; piedras, hierbas, árboles, flores, todo podía ser objeto de mi presencia y con ella de mi gratitud y amor.
Y ahora sé que a cada sufrimiento sucede una compensación.






22 mar 2013

20 mar 2013

TelaVision 20 - Otra página que espero os guste

Hoy han incinerado a mi madre. No tengo las más minimas ganas de reir ni publicar nada, pero creo que lo mejor que puedo hacer por ella, que siempre fué una gran luchadora, es continuar la vida y esperar que os distraigais un rato.

16 mar 2013

Kid Karota - Otro proyecto que no llegó a realizarse



 KID KAROTA  (La saga de los Cohonwood y la flor oculta)

Esta historia, que rezuma lágrimas de principio a fin, empieza en el magnífico y legendario castillo de Cohonwood, donde, para alegría y ventura de sus padres, berrea un recién nacido: acaba de llegar a este mundo su heredero!
Como todos sus predecesores en la dinastía de la familia, desde que comenzó allá en tiempos del rey Arturo, la criatura ostenta la marca que les hace inconfundibles: una hermosa flor en aquella parte donde la espalda pierde su digno nombre. Es decir, y para no ir con florituras, una flor en el culo.
La comadrona, después de dar la consabida torta en el trasero al recién nacido, muestra éste a su padre sosteniéndolo por los pies, para que pueda ver la marca de la flor en tan ilustre marco. El hombre llora de alegría mientras asegura que jamás vio criatura más hermosa; pero no es esta la opinión de la comadrona, quien piensa, mientras sostiene al crio con cara de asco: “esto lo dice porque le ve por detrás, si le viera la cara… ¡Esto no es un niño, esto es una verruga con patas! “Si no fuera porque le he visto nacer, diría que a esta cosa no la han parido, la han cagado”.
Mientras, en el exterior, una sombra acecha en la oscuridad esperando su oportunidad para terminar con la alegría y la paz de aquel tranquilo y aristocrático lugar: Nino Cabroni, el mozo de la caballeriza, quien, aún no sabemos por qué, planea su terrible venganza…
Y así empezaba la historia que escribí y comencé a dibujar para Bruguera y que no llegó a publicarse pues poco después cerró sus puertas para siempre.
Aunque a mí me ha gustado más dibujar historias de fantasía, como Jan Europa, siempre lo he pasado bien con historias de humor y, estoy convencido, de que esta habría sido una de las que habría disfrutado haciéndola. Pero, por desgracia, con la desaparición de Bruguera, muchas historietas quedaron en el tintero sin llegar a los kioscos jamás.