Desde niño había
visto aquel violín en casa. Lo guardaba mi madre, cuidadosamente envuelto en una
tela. Dentro decía: “Antonius Stradivarius Cremonenfis, Anno 1715”, en una
etiqueta de papel amarillento por los años.
Cuando mi
madre intento saber si era autentico, y la posibilidad de venderlo pues eran
unos años de penurias económicas, le recomendaron que no lo hiciera. Se
necesitaba dinero para pagar los servicios de un experto y, lo más fácil en
aquellos años de la posguerra, era que cuando se lo devolviera no fuera el
mismo violín, si era autentico.
Lo más curioso
de aquella historia fue como apareció aquel violín en nuestra casa. Mi madre
pintaba y era también pianista. Había dado conciertos y ganado un concurso de composición
en Ginebra. Un pariente suyo le regaló aquel violín después de tenerlo en su
poder algunos años.
Camilo, que
así se llamaba, había estado trabajando en Argentina durante un tiempo, (esto
sería en 1920 más o menos). A su regreso adquirió un baúl para transportar sus
pertenencias, en una tienda de segunda mano. Al guardar sus cosas en él, se dio
cuenta de que el interior se veía más pequeño que su aspecto exterior. Al mirar
detenidamente el fondo descubrió que había un compartimento oculto: y allí,
espectacular, estaba escondido envuelto en aquella tela, aquel instrumento
musical, el “Stradivarius”.
Años atrás,
cuando escribía las historias de Jan Europa, había pensado realizar una basada
en esta historia real. ¿Quién escondió el violín allí?, ¿Por qué?, ¿Qué le
sucedió a la persona que lo ocultó? Preguntas que difícilmente tendrán
respuesta después de tantos años.
Tiempo
después, una especialista en reparar instrumentos de cuerda como aquel, nos
dijo que no podía asegurar que fuera auténtico, pero que si se trataba de una
falsificación era muy buena.
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