30 jul 2013

TelaVision 39 - ¡Uy que calor...! Ultimo episodio de esta serie.

El abuelo de esta serie tiene debilidad por ciertos programas de la tele. Mi padre, que ya esta a punto de cumplir los 105 años, no tiene estos gustos y nos da sustos de otro tipo. El viernes recordaré lo que sucedió un dia que le dejamos olvidado en el parquing de El Corte Inglés.

28 jul 2013

La vida critica... 100 - Lo que es malo para unos...

...a veces es bueno para otros, como en este caso.
¡Y a los dentistas les va de maravilla que tengas dolor de muelas!

Un desnudo y un despiste

Un desnudo para este domingo y explicar un despiste que me ha costado un retraso en mi convalecencia.
Hace diez dias me operaron de una hernia inguinal. Me mandaron el mismo dia a casa y me recetaron  curarme la herida cada dia con Betadine. Como que me costaba hacerlo yo mismo, me curaba Marlen, la chica que cuida aún a mi padre, y que también lo hacía con mi madre hasta que murió.
La herida me molestaba y parecía que no cicatrizaba bien. El pasado viernes me tocaba revisión con la cirujana que me operó y lo primero que me preguntó, al ver la herida, fué si ya me ponía cada día Betadine. Naturalmente le dije que sí y me dió un antibiotico hasta el próximo viernes en que, si todo esta bien, me sacará los puntos.
Durante los ultimos años hemos curado de diversas heridas a mis padres sin ningún problema. Por esto no comprendo como, en lugar de Betadine, resulta que me estuvieron poniendo un champú, también de esta marca, pero que estaba caducado hacia cinco años. Por suerte no nos confundimos con una botella de algo peor. Parece que ahora ya está cicatrizando bien y que la próxima semana, cuando vaya a que me quiten los puntos, podré decir que me he estado curando con el antiseptico recetado. No me explico de donde salió aquella botella, caducada, y como pudimos cometer este error.

26 jul 2013

Brigade Temporelle, una serie que dibujé para la revista Futura, de Francia

El guión, de ciencia ficción, lo escribio Claude J. Legrand y yo dibujé casi mil páginas que se han reeditado no hace mucho en el país vecino. Las aventuras de la Brigade Temporelle se publicaron en 1972 - 73 dentro de la revista Futura. Hexagon Comics las ha reeditado en dos volumenes. Las histroias transcurren en el siglo 40 y los protagonistas de la serie, Khanor Rhi, Varna Zelton y Jason Spell, arqueologo nacido en el siglo 20, viajan en el tiempo para intentar que la humanidad no se autodestruya. El guión era muy bueno y fué un trabajo que me gustó realizar. Antes había dibujado ya dos historias de ciencia ficción, Supernova, de Victor Mora, y Fantasía S.A. de Andreu Martin.
No mucho después ya empecé mis historias de Jan Europa y Doctor Impossible.
Esta ilustración es la portada del primer volumen de esta serie.

23 jul 2013

TelaVision 38 - Carlitos y el espacio



Esta serie fué idea mia, pero los guiones los escribió Oscar Aibar. Si, el de "El Gran Vazquez". Carlitos, como todos los niños, tiene una imaginación "galactica" y el coche familiar puede ser una gran nave espacial.

22 jul 2013

La vida critica... 99 - Hay gente muy despistada


He conocido casos parecidos. Espero que no os pase a vosotros en vuestras vacaciones.
Una de las veces que fuí a Menorca en barco, me fije que desde el camarote se veia saltar a los delfines siguiendo nuestra ruta. Cuando volvi lo primero que miré fué el ojo de buey: desde alli se seguian viendo los delfines.Pero una inglesa, armada con un paraguas, me echó de "mi" camarote a golpes de paraguas. Según ella aquellos delfines se veian desde "su" ojo de buey.

20 jul 2013

Hace una semana publiqué el último capitulo de "Pinceladas, la vida de mi madre"

Hoy voy a añadir una pequeña naración, que fué el proyecto de una historieta, de algo que ella explicó en su libro. Nuestra relación con Luis Yütte, en una narración más detallada sobre este gran hombre, que complementará lo que ella escribió.




            MI AMIGO LUIS      (BARCELONA 1942)

Este fue un proyecto que presenté en Glenat y, en principio aceptaron, pero después no llegaron a realizar. Es una historia real que sucedió cuando era niño.

                                                          

            La historia empieza cuando Luis Yüte llega a mi casa, en la parte alta de Barcelona, con aspecto derrotado y le pide a mi madre que le dé el paquete que le entregó, tiempo atrás, para que lo guardara: es un disfraz para niño de un uniforme de la Policía Montada del Canadá. “Mi hijo ha muerto”, le dice a mi madre, que le escucha entristecida junto a su hijo (yo, naturalmente). La cara del niño, triste también, recuerda la primera vez que vio a Luis: venia de un viaje al Canadá donde fue para evitar que los “vendedores de una empresa de la competencia” se hicieran con el mercado de aquel país. La “otra empresa” eran los nazis, naturalmente.

            Luis era alemán y conoció a mis padres durante la guerra civil, pues vino a luchar en las Brigadas Internacionales. Al terminar la guerra en España y empezar la 2ª Guerra Mundial él continuó luchando como agente secreto, pero al lado de los aliados: era un demócrata y antinazi sobre quien pendían siete penas de muerte de Hitler. La gente creía que todos los alemanes eran nazis, pero hay que recordar que muchos no lo eran. Los judíos, gitanos, comunistas y demócratas, como Luis.

            El día que le conocí le entregó a mi madre el uniforme de Policía Montada para que lo guardara hasta que pudiese dárselo a su hijo, que tenia unos pocos años más que yo, que tenia cinco: estábamos en 1943.

            Cuando Luis venía era una fiesta para mí. Me sentaba en sus rodillas y me contaba historias de viajes que había realizado para luchar “contra la competencia”: Canadá, la India, Francia, Portugal…, pero siempre, después de cada viaje, volvía a mi casa y me contaba aquellas extraordinarias historias.

            Luis era uno de los más importantes agentes secretos de los aliados, y en Barcelona se libraron muchas de las sordas e invisibles batallas entre los dos bandos. Unos, los nazis, protegidos por el estado fascista de Franco, y los otros, los aliados, actuando en la clandestinidad. Luis se convirtió en el héroe de mi niñez y adolescencia.

            A veces escuchaba, detrás de la puerta, como Luis les contaba a mis padres alguna de sus historias, sin disfrazarlas como “luchar contra la competencia”, como cuando estuvo en Lisboa en busca del espía más importante de los Nazis, a quien habían dado la orden de buscarle y eliminarle. Al mismo tiempo, los aliados le dieron a Luis el mismo cometido: matar al espía nazi. Como otras veces la información le llegó a través de una especie de “garganta profunda” de aquella época, que le citó “en el lugar de siempre”: el cabaret “el Molino”. Oculto en uno de los palcos laterales aquel hombre le informó, como había hecho en otras ocasiones, de que un peligroso agente de los nazis había venido en su busca para acabar con él. Mientras el espectáculo continuaba, al fondo, con la popular “Bella Dorita” dirigiéndose a él con uno de sus típicos chistes verdes, el hombre desapareció como siempre.

            Luis preparó una trampa bien urdida: se dejó seguir por su enemigo hasta Lisboa y, una vez allí, coincidieron naturalmente en el mismo hotel y en la recepción. No había habitaciones suficientes, y Luis le ofreció a su enemigo compartir una, pues para algo eran compatriotas. Durante unos días se vigilaron mutuamente, buscando el momento propicio para cumplir su misión: acabar con el otro. Pero los días de convivencia, con largas conversaciones sobre Alemania, la guerra, el nazismo y la democracia, hicieron que Luis hablara francamente con su enemigo. Le dijo, mientras ponía su pistola sobre la mesa:”tu sabes quién soy y yo se quién eres tu en realidad. Los dos tenemos la misma misión: eliminarnos el uno al otro. Ahora que te conozco se que, aunque pienso que estás en el lado equivocado, eres un idealista como yo, y no soy capaz de matarte”. Ambos estuvieron de acuerdo y se separaron diciendo a sus jefes que no se habían encontrado.

            A pesar de ser un niño yo me daba cuenta de que Luis era un hombre extraordinario, y le quería como si fuera de mi familia. Me hacia reír verle, a veces disfrazado con una estrafalaria peluca, diciendo que era López, un comerciante de embutidos de Jerez, a pesar de su terrible acento alemán.

            En sus frecuentes visitas les pidió a mis padres que aceptaran ocultar a alguna de las personas a quien ayudaba a cruzar los Pirineos desde Francia. Una vez fue un piloto canadiense, otra un coronel de los “maquis”, incluso un científico que decían había inventado algo así como el radar. Pero una de sus visitas más emocionantes, para nosotros, fue cuando le dejo a mi madre un gran sobre con documentos procedentes de Francia, y una pistola. Nuevamente aquella especie de garganta profunda le citó en El Molino y le avisó de que la policía vendría a registrar nuestra casa pues habían recibido un chivatazo. Esta vez, al marcharse, “Bella Dorita” le gritará: “Este tipo debe ser marica. Cada vez que le hablo se marcha”.
La nota de aviso que mandó Luis llegó justo a tiempo de que pudieran desmontar la pistola y lanzarla por la ventana a un jardín contiguo, pero antes de que pudieran ocultar los documentos llamó la policía a la puerta. Preguntaron si conocían al coronel del “maquis” que estuvo en casa, y mis padres contestaron afirmativamente, pero que no sabían en absoluto que era una persona peligrosa. Mi madre les rogó que lo registraran todo no fuera que aquel individuo hubiese dejado algo oculto. Mientras decía esto abrió el cajón donde estaban ocultos los documentos y fue el único lugar donde no miraron.

            Cuando se marcharon mi madre puso los documentos bajo su falda y, llevándome de la mano, se dirigió a encontrarse con Luis al lugar donde él la había citado: el bar Amigó, en la esquina de Gran Vía con Urgell. Desde que salimos de casa fuimos seguidos por uno de los policías que habían realizado el registro. Al llegar al café, Luis nos esperaba sentado frente a una de las mesas. Después de explicarle brevemente lo sucedido, e indicarle que uno de los policías nos había seguido, Luis, con un gesto tranquilizador, se acerco a un tipo sentado en una mesa contigua. Poco después nos hizo un gesto para que nos acercáramos y nos sentamos junto a ellos. Aquel hombre era, ni más ni menos, que el jefe de policía de Barcelona. Luis consiguió convencerle de que era un comerciante alemán, que conocía a Luis Yüte, que era un hombre alto y pelirrojo (Luis era bajito y con el cabello blanco) y que actualmente no estaba en Barcelona.

            Mientras, el policía que nos había seguido y permanecía oculto en la calle, al vernos sentados en la misma mesa que su jefe, se marchó supongo que temiendo una bronca de su superior. Poco después el jefe de policía se marchó, no sin pedirle a Luis que si se enteraba del regreso de Luis Yüte se lo comunicara.

            Cuando estuvimos solos mi madre fue al lavabo y, a su regreso, le entregó los documentos que llevaba ocultos. Al despedirse, Luis le dijo que aquellos papeles eran vitales para el desenlace de la guerra: provenían de Normandía donde la resistencia francesa los había conseguido. Tiempo después supimos que habían sido vitales para el famoso DIA D y el desembarco aliado en Normandía.

            Cuando Luis estuvo en Canadá y la India fue para eliminar a unos agentes nazis enviados allí para provocar atentados y preparar una posible invasión de dos países de dominio Británico.

            Para terminar la historia volvemos al principio, cuando Luis le dijo a mi madre que su hijo había muerto. Se fundieron en un abrazo y yo me abracé a sus piernas. Al preguntarle si la causa de la muerte había sido provocada por los bombardeos, con lágrimas en los ojos Luis dijo que no había muerto físicamente, que había muerto para él: su hijo se había afiliado a las juventudes Hitlerianas… Mientras hablaba, introdujo el uniforme de Policía Montada en la estufa de carbón y lo quemó.

            Cuando se alejaba de casa un hombre vociferaba el titular de un periódico que sostenía en su mano: “los aliados desembarcan en Normandía”

            Al terminar la guerra Luis volvió a Alemania. Su esposa, creyéndole muerto, se había vuelto a casar y Luis regresó a Barcelona sin sacarla de su error. Se casó con una española y vivieron en un piso de la calle Rosellón esquina Paseo de San Juan, donde murió unos diez años después.

17 jul 2013

TelaVision 37 - Videos caseros

A veces un video puede verse en la tele, Yahoo o cualquier programa de una red social, como le sucede a nuestro amigo López. pero, a veces, las criticas pueden volverse contra uno como un boomerang.
Mañana voy a pasar la ITV de mi hernía inguinal. Espero que el "mecanico" haga un buen trabajo y volver pronto a poner cosas por aqui. Supongo que estaré un par de dias fuera de combate.

15 jul 2013

La vida critica... 98 - A ellas les gustan los uniformes

¡Aunqué a veces sean muy pequeños!
 Hoy declara Luis Barcenas y confio en que no vista un uniforme como este. Dicen que los pueblos tenemos los politicos que merecemos. ¡Si es así yo me voy del pueblo!

11 jul 2013

Pinceladas - La vida de mi madre - Capitulo 17 y Epilogo



Hice también el retrato al Dr. Vallvé valiéndome de una pequeña fotografía que yo misma le hice en su despacho, y el de su bella esposa la cual sí vino a posar. Ambos quedaron muy satisfechos. Yo, por mi parte, lo estoy de habérselos realizado.
Poco tiempo después el doctor Vallvé tuvo que operarme pues se me rompió el fémur derecho, precisamente el que me servía de más apoyo.
Cuando se me rompió yo estaba en la cocina preparando el desayuno a mi hijo. Un fuerte dolor y una rápida caída. No perdí el conocimiento, pero cuanto había a mi  alrededor desapareció y el espacio entero quedó lleno de flores de una belleza indescriptible. Lo primero que pensé fue: las flores que yo he ido pintando están ahí. Pero es que se llenó de flores la casa entera. Vino el médico de urgencia. Yo contestaba a sus preguntas con regularidad, pero el bellísimo espectáculo permanecía allí y duró hasta que vino la ambulancia y me llevaron a la clínica Corachán.
La operación fue difícil. El doctor Vallvé tuvo que enfrentarse con sus colaboradores que no apoyaban la operación. Los huesos estaban hechos añicos. No sé la razón; pero me dijo el Dr. Vallvé que tuvo que operarme colgada y él sólo cargó con la responsabilidad de mi vida. Eso no se olvida ni paga nunca. Eso es de un valor inapreciable y quiero que conste mi gratitud y mi admiración. De eso hace ya tres años. Ninguno de los médicos creía en que yo volvería a andar, incluso el Dr. Rotellar y su colaborador el Dr. Hernández. Ya no puedo hacerlo sólo con la ayuda de los bastones; pero sí con el andador: he colaborado sí con todo cuanto he podido y puedo. Y veo salir el sol y admiro la luna con su corte de estrellas. El Dr. Vallvé me dijo: “El ejercicio crea hueso”, y yo camino y casi a cada paso digo, y lo digo como una bendición: “Dr. Vallvé, hago hueso”, y resisto hasta que llegue mi hora.

¿Es voluntad esta capacidad de resistencia? ¿Es resultado del esfuerzo? Es Amor a la vida que lo envuelve todo. Y en este TODO están los médicos, que están conmigo, sin poder hacerme nada, pero sufriendo por ello y dándome la mano sosteniéndome.
El Dr. Vallvé me recomendó al Dr. Gomez Montoro, excelente persona de quién me siento también muy agradecida. Vivió muy de cerca mi problema cuando la rotura del fémur. La lenta y costosa etapa de mi recuperación fue vivida por él como médico y como amigo.
El proceso de mi enfermedad sigue el mismo curso: avanza, pero la voluntad de los médicos queda siempre reducida a la impotencia y yo, medio en broma y medio en serio, les digo: “Estoy como Gary Cooper en su gran pelicula, “Solo ante el peligro”.
Gracias por cuanto en su momento me ayudó. Ahora también el exceso de trabajo le agobia.
Después de la intervención mis pies volvieron casi a tener la malformación de cuando nací. Pero les quiero. A pesar de ello, son mi apoyo y mi ayuda, a veces un doloroso remedio. Pero ahí están protegiéndome, dándome cuanto son, como hago yo con la vida, a pesar de mis deformaciones, que son muchas.
Fui siguiendo tratamientos combinando la administración de calcitonina intranasal con ejercicios en casa y de recuperación que siempre hemos de suspender por el efecto que no es el deseado. Han seguido las épocas de infecciones renales en disminución desde que no ingiero calcitonina y he pasado épocas de profusas hemorragias nasales que han cedido también al suspender la calcitonina.
Debido a un vértigo muy acusado acompañado de dolores faciales difíciles de soportar me visitó el doctor Quintanilla, colaborador del Dr. Ferrán, y aconsejó una resonancia magnética cerebral cuyo resultado fue el hallazgo de un tumor cerebral benigno en la parte derecha y que influye en la atrofia y debilidad muscular del lado izquierdo y otros dolores; más insensibilidad y menos facilidad de movimiento. También el pie izquierdo se arrastra más y queda a menudo como pegado en el suelo. El Dr. Quintanilla había aconsejado algo de cortisona; pero el Dr. Rotellar se opuso a motivo de la insuficiencia renal y, por otra parte, tampoco lo permite el Dr. Vallvé por estar la cortisona tan contraindicada para la enfermedad de Paget.
Me hubiera satisfecho, y además lo creo lógico y necesrio, que los dos, el Dr. Vallvé y el Dr. Rotellar, hubieran estado en contacto. Pero siempre el mismo impedimento: el escaso tiempo. El doctor Quintanilla sí lo ha hecho, e incluso han llegado a conocerse personalmente y en mi propia casa. Para mi es un honor y un cálido reposo para mi espíritu: me siento amparada. El Dr. Quintanilla había venido con su amable esposa, a ver parte de los últimos cuadros que había pintado en el verano pasado. Les entusiasmaron y me aconsejaron y pidieron una exposición. “Eso hay que darlo a conocer”, decían. Prometieron volver y lo hicieron.
Y antes de las Navidades, más que agradecida por las múltiples atenciones del Dr. Rotellar le pregunte (creo que timidamente) si le complacería que le hiciese a él su retrato. Ante la sorpresa mía, su aceptación fue gozosa y sincera, tanto como mi alegría. Y fijamos fecha. Después de Reyes. Fue el mejor regalo que me podían dejar en mi zapato viejo. Y empezamos. El posaba como un ángel. Yo pinté con toda el alma. El retrato fue conseguido. Vió otros cuadros. Le llamaron mucho la atención los últimos que había hecho durante el verano. “Esto hay que darlo a conocer, hay que hacer una exposición”. Había coincidido con el Dr. Quintanilla.
Además de su entusiasmo, lo que me admiró a mi fue la verdaderamente fiel interpretación de casi todos los cuadros ante los cuales su entusiasmo iba en aumento. Añadió que hablaría con los dueños de una sala de exposiciones de Barcelona y vino la señora Gil que es quien se cuida de la sala Kreisler, muy simpática y amable. Ya al entrar preguntó por el retrato del Dr. Rotellar y la verdad es que quedó muy impresionada. Luego fue viendo los citados cuadros. “Son buenos. Difíciles porqué obligan a pensar. Pero son buenos y bellos. No son comerciales”. Haríamos una exposición antológica. Así se apreciaría la evolución del artista y de su pintura. “Vd. se lo piensa y hablaremos de las condiciones”.
Y fuimos. Hablamos de las condiciones, los meses que tenía disponibles no me eran favorables. Además la última exposición la había hecho en la sala Maite Muñoz que se me había quedado en exclusiva, se había realizado un mutuo lazo de amistad y de cariño y yo debía de comunicarselo a Maite Muñoz. Paquita Gil lo comprendió muy bien y así lo hice.
Y también Maite Muñoz vino a mi casa. Alegría y también gratitud. Y también me ofreció su sala. Se lo comuniqué al Dr. Rotellar, a quien la noticia satisfizo también y acepté. Y la exposición quedó concertada para el día 10 de febrero del año próximo. Y sigo trabajando.
Una petición del Dr. Rotellar no pudo ser desatendida por mi. Quería oírme tocar el piano y, a pesar de mis protestas por no poder ofrecer una audición como años atrás cuando mis condiciones eran mejores, no tan limitadas ni imperfectas, no hubo forma de renunciar. De modo que como el Dr. Quintanilla y su esposa también me lo habían solicitado, quedamos en una fecha determinada y nos reunimos todos. De ella surgió una petición en común. Que escribiera mi autobiografía. Ahí esta el motivo de lo que estoy haciendo. Dicho lo más lacónicamente posible pues, si la leéis, comprenderéis que no ha sido un trabajo fácil para mí. Tal vez un día escribiré una novela. Ahora estoy en paz.
Pero me han pedido mi autobiografía; que escriba yo mi propia vida. Y en ella he esbozado las partes más visibles de ciertas circunstancias. Hay una segunda etapa de mi vida que no me veo capaz de trasladar en una especie de acusación que no me parece ni digna ni necesaria. Además, hay luchas discontinuas, con momentos de reposo, de reconstrucción. Otras que el tiempo las endurece y se convierten en un estado constante. Ahí interviene de modo más decisivo la comprensión. Y nace una fuerza que se retiene por amor o por debilidad, no lo sé. Pero sí una fuerza superior que frena, acalla un grito de “eso no es justo” y contra la cual no se quiere luchar porque hay motivos justos para el silencio: un modo de amar.
En la vida de cada ser hay momentos elementales definitivos. Otros espiritualmente realizados. En la mía ha habido contactos de gran intimidad, digámosle roces con esta fuerza interior a la que podemos llamar el Yo o el Ser esencial. Y estos contactos, por ligeros que sean, son tan potentes que originan un cambio, una transformación de las circunstancias que establecen una norma existencial de nuestras vidas que exigen una nueva adaptación. Son pasos hacia la Unión y cada uno de ellos encarna una significativa mutación, un destacado giro, una notoria transición, con percepciones distintas, sensibilidades más acusadas, respuestas ajustadas con mayor rapidez, una reactivación de nuestras energías que acusan una notable capacidad de resistencia y de recuperación. Hay un “antes” y “después” de ciertas circunstancias que determinan puntos cruciales en el desarrollo de nuestras vidas y a partir de ellos nada queda en el mismo lugar.
El más reciente de estos puntos de contacto ha sido marcado por una larga, muy larga época, un prolongado período de sufrimiento intenso acumulado y que ha desembocado, por contraste, en una inesperada revelación. Hay un “antes” y un “después” de los cuadros realizados desde el verano de 1997 a la actualidad en 1998. Y unas energías nuevas, como anticipadamente contratadas, han sido diseminadas en el conjunto de mi ser, sembrando semillas de Vida en un prolijo atardecer. Y surge un nuevo impulso creativo, enaltecido por la relevante intervención de cuantos me han enriquecido con su ayuda y su confianza. Y siento un amoroso deber de cooperar con cuanto haya en mi de posibilidades positivas, a este arrullo bienhechor en que me siento envuelta.
Por ello y a todos, ¡Gracias!

E P I L O G O


A los posibles lectores de estas mis “PINCELADAS”, he de advertir que, a pesar de que se adivina en ellas la existencia de una vía, de un camino directo al desarrollo de una gradual expansión de la voluntad, del poder de la Mente, de la energía del Amor, no hay en ningún momento la orientación básica de un método que, de por sí, desenvuelva estas capacidades. Al igual que no hay dos formas iguales naturalmente creadas, (la clonación no ha resuelto la exactitud real) lo cual determina una ley universal de única intimidad, de excepcional vida individualizada, existe un camino uno para cada ser. Y este camino está únicamente al alcance de cada uno de nosotros, formando una unidad indisoluble e intransferible. ¿Cómo hallarlo? Buscando la Verdad a través de la verdad misma en nuestros sentimientos, pensamientos y acciones.
Por poco desarrollado que esté un ser humano, tiene una conciencia que avisa: “esto sí” o “esto no”. ¿O no la tiene? Entonces no es un ser humano. Porque la humanidad se distingue de otras formas de vida, de calidades distintas, precisamente por la posesión de esta conciencia que es, ni más ni menos que el “acuse de recibo” del conjunto de las experiencias que nos impregnan en el curso de nuestro paso por la vida.
En estos momentos gran parte de la humanidad vive sujeta al influjo de ciertas tendencias que, bajo nombres distintos y variados orígenes o heredados de antiguas costumbres y creencias, llevan la mente y las voluntades a caminos que contienen cierto grado de veracidad, o bien decaen y constituyen el establecimiento de sistemas de lucro o incluso transforman la difusión de la Verdad, en un sistema comercial. Si. Se comercia con el espíritu, se transforma en egoísmo lo que debiera de ser una dádiva espiritual.
El mundo, la vida moderna, vive inmersa en un “estrés”, vive cautiva de la velocidad. No hay tiempo para la reflexión. Tampoco lo hay para la lección aprendida paso a paso; nos incapacita del beneficio de la contemplación, del sabor de la belleza ofrecida tan generosamente en el jugueteo de las hojas de los árboles chocando unas contra otras mecidas por el aire o por el viento, de la intensidad de las sutiles vibraciones del goteo, de un arroyo o el bramido voluptuoso de las olas del mar embravecido o del dulcísimo arrullo del mar en calma. ¿Qué sabemos de las gotas del mar o de los corpúsculos de la atmósfera? Cruzamos las distancias a través de la velocidad y cuando empezamos a caminar hacia el interior ya esperamos la Iniciación o nos sentimos Iniciados. Debemos frenar nuestros pasos, mesurar nuestras ilusiones, aprender a esperar.
Algo muy importante y decisivo es el conocimiento de nosotros mismos. Somos una Vida y debemos confiar en ella. Somos una Vida y en nosotros está el desarrollarla, embellecerla, enriquecerla y dignificarla.
No hay que confiar en que Dios venga desde el exterior a despertar nuestro Yo interno. Hay que desvelar a Dios desde lo más profundo de nosotros mismos y liberarlo al Infinito. Este es el Reino de Dios y lo demás vendrá por añadidura.
Hay que saber esperar, luchando y amando para establecer la Paz.



Onésima

Barcelona  14 de junio de 1998


                                               EPILOGO 2

El 6 de Junio de 2006 mi madre se cayó, al levantarse después de comer, y ya no volvió a andar. Hasta entonces lo hacía con dificultad, pero aquel día se rompió el fémur y el brazo izquierdo. Diez años antes se había roto el derecho y una semana después de la operación volvía a caminar. Esta vez no fue así. El doctor Vallve, el mismo que la había operado entonces, me dijo el último día que le vi, antes de salir de la Clínica Corachan: “lo único que podemos hacer por ella es darle una buena muerte”.
Yo sabía que mi madre no se rendiría con facilidad y busqué un médico que pudiera cuidar de ella. En el libro de su mutua médica encontré una dirección: Barcelona Geriatric Assistance.     
 Un par de días después empezó a venir a visitarla, y a cuidar de su salud, la doctora Mónica Font. Gracias a ella ha vivido seis años más, y ha llegado a ser para nosotros, no solo su médico, sino una de nuestras mejores amigas. Siempre le agradeceré el cuidado y el cariño con que la ha tratado durante este tiempo.
Parece una jugarreta del destino que mi madre terminara su vida de un modo tan parecido a como la empezó. Entonces estuvo cuatro años en un cochecito, sin poder andar hasta que la operaron. Ahora han sido seis años sentada en una butaca, sin andar, ni pintar, ni tocar el piano y, a partir del segundo año, sin poder escribir tampoco.
De pequeña le daba de comer Francisca, al lado del mar en Es Castell. Estos últimos años lo hacía yo junto al ventanal de la terraza desde donde veía sus queridas puestas de sol y las nubes seguían acompañándola como en su niñez.
Cuando recordaba aquellos años en el cochecito de mimbre azul lo hacía diciendo: “en él viví una vida entrañable, intensa, maravillosa, a la que me siento profundamente agradecida”. De ella he aprendido generosidad, que no hacen falta papeles ni contratos, que es suficiente la palabra dada. Tenía una fe inquebrantable en la vida y en eso que llamamos Dios. En eso yo no he salido a ella: ella era excepcional.
Cuando muere alguien tan querido es difícil aceptar esta pérdida y queda un vacio difícil de entender y llenar. La persona que nos deja se lleva también una parte de nosotros con ella, del mismo modo que ella sigue viviendo en nosotros.
 Gracias a todos los que habéis leído este pequeño libro con afecto.
Edmond




10 jul 2013

TelaVision 36 - Los abuelos no son como los de antes.

Paco, el abuelo de esta historieta, es un adicto a la tele y se mantiene en forma a pesar de su edad.
Hoy tenian que operarme de una hernia que me hice levantando una mierdecita de peso. Parece ser que Paco está más en forma que yo...! No han podido realizar la intervención porqué tengo un resfriado considerable. A Paco no le habría pasado...

7 jul 2013

La vida critica... 97 - La realidad sobre un naufragio.

Todos recordareis lo que sucedio en el naufragio del Costa Concordia frente a la isla italiana de Giglio. Pues, aunqué no ha trascendido, lo que sucedio fué, ni más ni menos, lo que se muestra en esta historieta. El capitán sigue negandolo todo, pero la verdad se sabrá un día u otro.

5 jul 2013

Pinceladas - La vida de mi madre - Capitulo 16



Madrid tenía para mi un encanto especial, y es que respiraba arte por todas partes. Yo me he encontrado en Madrid en que, con el álbum de música bajo el brazo, tener una idea musical de esas que roban por entero tu ser y tienes que colocar en el teclado o en la escritura. Tenía cerca una casa con amplia entrada y unos pocos eslabones conduciendo al ascensor. Me senté en el último de ellos, saqué el bolígrafo y me puse a anotar, como es costumbre, primero la melodía. Descendió un señor con unos niños que iban al colegio. Naturalmente hablaban fuerte y algo más. El padre, supuse, les mandó callar y les dijo: “Chist, que esta señora está escribiendo música. No estorbéis”. ¡Que delicadeza! Agradecí yo: Y me quedé sorprendida. Y, como en otras ocasiones, me sentí en mi hogar.
A poco de haber llegado, ya tenía varias ofertas para actuar: la casa de Galicia, la de Cataluña, la de Asturias y la de Aragón, el Ateneo. Al terminar una de las actuaciones, al llegar al Hotel Gran Vía, hallé un aviso de Radio Nacional. Me llamarían a partir de las dos. Puntualmente llamaron y me solicitaron que me presentase a las once de la mañana. Fui recibida por el director de programación. “Anoche –me dijo- tuvimos el placer de escucharla en su recital en la casa de Asturias. Y queríamos proponerle aceptar nuestra invitación para actuar en el plazo que a Vd. le sea conveniente. Si acepta, recibirá la copia de la intervíu correspondiente para que dé su conformidad o su modificación.

Mi sorpresa y reconocimiento fueron merecidos. De ahí me salió un contrato para un concierto, en el Cairo. Llamé por teléfono a Pedro y a Edmond. La alegría de mi hijo era contagiosa de tan abierta y sincera. Pero Pedro contestó en un tono lastimero, “Y; ¿te irías sola?: que en la misma cabina telefónica rompí el contrato. Eso, pensé, se repetiría cada vez y yo no podría actuar libremente, pues me conozco.
Otras circunstancias acentuaron también una decisión que ha presidido más de cuarenta años de mi vida.
El neuro-cirujano fue el Dr. Obrador Alcalde. Me acompañó a la clínica el doctor Palomo Salas. Durante cinco días consecutivos se me practicaron radiografías, análisis, pruebas eléctricas, etc. al quinto día, luego de comprobar cuanto ya sabíamos añadió, indignado pero sin elegancia ni tacto alguno:
“Vaya Vd. a Barcelona –me dijo- y que los sinverguenzas  catalanes le quiten lo que le han puesto”. Y al igual que el neurólogo Sales Vazquez, añadió; “No tendrá usted salud mientras viva”.
Y tampoco se equivocó.
El Dr. Palomo le replicó: “Yo he acompañado a la enferma para que estas palabras me las dijera. a mi”.
“Ella es la enferma y debe de saberlo”.
Y yo, al darle la mano al despedirnos, no pude evitar el decirle: “Lo que acaba de decirme me lo habían dicho ya en Barcelona. Y más aún. Todos me ayudaban si quería hacer causa criminal al que me lo había administrado. Yo siempre me he negado. ¿Quería Vd. perjudicarme al decirme lo que me ha dicho? Entonces ni yo puedo vengarme ni Vd. puede borrarlo.
Y una vez contestado así me quedé más tranquila. Nunca más he hablado con él ni he oído comentario alguno sobre su persona.
Una inesperada visita en el Hotel vino a establecer una nueva inquietud y decepción. Un matrimonio, el hindú y ella canadiense, venían a verme de parte de los amigos de Madrid para enseñarme una carta que les había entregado un español en Adyar, para un amigo de Barcelona que yo si conocía. En la carta le preguntaba por su esposa y sus hijos; pero ni por asomo había una palabra de recuerdo o de saludo para la esposa o el hijo del firmante, que era Enrique, mi marido. Lloré creo que copiosamente, y ya más tranquila, salí a saludarles. Al no saber yo el inglés la conversación fue con la dueña del Hotel. Hasta el final no supieron o entendieron que yo precisamente era la esposa del español del cual estaban hablando. Luego se desvivieron en disculpas y yo comprendí por qué los amigos los habían dirigido a mí. Así me enteraba yo por mi misma. Y lo que supe me dió fuerza para decidir. Y así regresé a Barcelona.
En Madrid me habían preparado un homenaje y no pude marchar en el mismo día. Fue un acto lleno de cariño, de franca amistad que siempre recordaré; pero acusaba el nuevo golpe.
En Barcelona iría a ver al Gobernador, Sr. Correa. Esta era mi primera decisión. Según el resultado, sería la ruptura formal con mi pasado.
Se rompen, se desmenuzan, se reducen a la mínima expresión todas las secuencias; se adormece el dolor, se curan las heridas, se sume la apariencia en el olvido, quedan los escollos reducidos a una tabla rasa, sin brotes, sin raíces; árida tierra, inerte, inmutable no respira ni palpita. Pero no la toquéis, no la remováis; dejadla en paz. Pues adentro, confundida con el fondo, está la semilla, invisible, incorpórea.... pero viva.
¡Que grandeza, qué muda elocuencia, qué invisible y potente energía la del Amor! Ella es permanente, lo único modificable es la materia, el terreno, la tierra donde fue sembrada. Mientras, el amor sobrevive, aguanta y sostiene.
Cuando llegué a Barcelona, en aquellos años la entrada por la estación de Francia era deprimente. De tal manera me impresionó que me hubiera querido marchar. Incomprensible, ¿no? pero fue así.
Ya en casa con mi hijo y Pedro reaccioné como era debido. No me habían podido escuchar, por avería del aparto. Se lo conté y participamos juntos.
A la mañana siguiente fui a ver al Gobernador. Le expliqué la situación. Escuchó con atención y preguntó:
“¿Le escribe a menudo? ¿Le manda dinero?”
“No –contesté- Ni una cosa ni otra”
“Su marido, consciente o inconscientemente, la induce a la inmoralidad. Vaya Vd. al Colegio de Abogados. Yo mismo llamaré ahora por teléfono. Entretanto tome Vd. (y me dio una tarjeta de presentación) Tendrá la patria y potestad sobre su hijo. Luego la separación legal. Si cualquier otra ayuda necesita de mi quedo a su disposición. Téngame al corriente”
Yo me fui alada, respirando con abandono, con aire suficiente para mantener el paso rápido. La distancia se acortaba y casi sin darme cuenta, entre en el Colegio de Abogados. El Sr. Correa había ya llamado y me estaban esperando. Todo se deslizó con suavidad y la máxima rapidez. Hubo que esperar a que Enrique respondiese al requerimiento judicial. Pero no lo hizo y el problema se solucionó por sí mismo.
Antes de una definitiva solución fui a consultar a la Sra. Pániker. Conocía a Enrique pues su esposo tenía una industria de productos químicos en Madrás y Enrique trabajaba con él. Me aconsejó que me casase por la Iglesia Católica (como pensaba yo). Añadió que, si mi matrimonio hubiese sido canónico, él no me hubiera podido abandonar. Para mi el verdadero abandono ocurre cuando muere el amor.

 La boda se celebró a las siete de la mañana del día 24 de Diciembre del mismo año. Asistieron a ella mi hijo, el hermano de Pedro y dos íntimos amigos, José Bertrán y Camilo, quienes fueron los testigos. Bertrán quería que lo celebrásemos con un almuerzo; pero Pedro no había dicho nada en su trabajo y tenía que estar en él a las ocho. Nos tomamos un café con leche, me acompañó hasta la puerta y se fue. Yo subí al hogar vacío. No, no lloré. Tan solo hubo un silencio más. La comprensión no es una solución; pero sí una gran ayuda y una excelente amiga; acompaña, fortalece y hace las cosas menos duras. Tuve que admitir que era un día cualquiera. ¿Por qué obsesionarme en creerlo diferente? No había por qué. Y me entretuve en las cosas del hogar. Edmond y Pedro trabajaban. Al volver me hallarían contenta. ¿Qué otra cosa podía hacer? El día y la noche transcurrieron bajo el mismo signo y a la mañana despertó una nueva aceptación.
Los recuerdos se confunden. No acierto a establecer una continuidad cronológica y hay inserciones que, a lo mejor abren surcos discontinuos al ser unidos por deducción, no por realidad. Hay silencios largos, unos por olvido, otros por voluntad de no decir más de lo indispensable. Es mi autobiografía. No quiero amargarla ni puedo endulzarla, sin menoscabo de su veracidad. Seguiré, pues hilvanando mis recuerdos. Serían de gran utilidad mis diarios que a veces intenté escribir, pero que no conservo. Un día lo quemé todo junto con otros recuerdos que no debí de conservar. Y la verdad es que no lo siento. ¿A quien iban a interesar? Además, hay mucho vivido, aunque a partir de ahora habrá reducción de experiencias de una parte por la evolución de la enfermedad que me ha inducido a una vida más cerrada, más marcada por una intensa intimidad y a que esta misma intimidad se ha visto cercada por un nuevo sistema de vida con menos intensidad u oportunidad de expansión.
Uno de ellos ha sido lo referente a la educación de mi hijo, ante lo cual he guardado hasta ahora un voluntario silencio. Incluso ahora, en que creo que no puedo callar tantos años de duras vivencias sin faltar a la verdad, descubrirla, dejarla al desnudo, incluso ahora, me parece una profanación.
No es fácil educar a un hijo cuando hay que luchar a la vez contra un ambiente de malos tratos injustamente realizados. No es que tengan nunca justificación cuando hay tantas soluciones que son incluso de beneficio común, como son el amor, el cariño, el respeto, la comprensión, el deseo de ayudar y sobre todo el ejemplo a ofrecer.
Nunca vi a su padre jugar con él. Nunca le llevó de paseo ni le cuidó si estaba enfermo. Si alguna vez le daba una medicina era sujetándole la nariz, haciéndole daño sin necesidad ya que el niño era dócil y que le quería a pesar de tenerle miedo. Si el niño jugaba sentado en el suelo y él quería pasar, pudiendo hacerlo correctamente, lo hacía dándole una patada. No quiero entrar en los abundantes hechos que acompañaron los años de unión. Pero uno, no de los más duros; pero sí demostrativo de una posición difícil de sostener, voy a exponer. En un momento en que Edmond estaba enfermo y carecíamos de dinero para el médico y medicinas, fuimos a vender una Historia del Arte de seis tomos que yo había comprado, al estudiar, y la vendimos en una librería de ocasión de la calle de Muntaner. Una vez cobrado el importe convenido, se entretuvo mirando las estanterías y cuando descubrió un libro de Galvanoplastia, lo adquirió pagando por él la misma cantidad recién cobrada, regresando sin libro y sin dinero; pero con su deseo satisfecho. Yo quedé dolida, indignada. Pero también yo temía sus reacciones que siempre eran contra nuestro hijo, como lo fueron a los quince días de nacer. Era la forma más directa, dañina y maligna de dañarme a mi. Cuando le azotaba sus palabras llenas de odio llegaban a mí. “Eso, -le decía- eso se lo debes a tu madre”. A veces pienso que es posible que estas palabras repetidas una y otra vez, marcasen huellas profundas en la mente y tal vez también en el corazón de mi amado hijo. Era pequeño y creció entre mi envoltura de amor y un temor mezcla de resentimiento, sin rumbo determinado. Tenía solo doce años cuando su padre nos dejó.
Dos años después salíamos para Londres donde surgió, como ya he explicado antes, el desenlace final.
Al regresar a Barcelona, el sueño del país lejano, lleno de leyendas atractivas y de fantásticas ilusiones, se había desvanecido. Yo acusaba la dura decisión. Mi hijo, la frustración de un deseo comprensible, en parte. Entró a formar parte de un centro de boy-scouts. Excursiones, amistades, nuevos horizontes.
Y prematuramente empezó unas relaciones amorosas con una compañera del mismo centro, una deliciosa criatura que, a pesar de amar a mi hijo con todo su ser, de ser correspondida por él y llegar a ser para nosotros como una hija más, las relaciones entre ellos por diversos motivos se enfriaron y los dos iniciaron nuevos caminos, nuevas experiencias y siguen solteros. Ella había acompañado momentos muy importantes de mi vida y aunque la relación es nula yo sé que el mutuo cariño subsiste fiel. Entretanto mi hijo había hecho el servicio militar voluntario para poder estar en Barcelona y, a su regreso, entró a trabajar como dibujante en Editorial Bruguera. Allí conoció otro amor que después de largos años, acabó en un triste desengaño.
Pinté un cuadro al que titulé “Camino hacia Cristo”, y lo llevé a fotografiar. Al ir a recoger las fotografías, el fotógrafo me felicitó y me hizo varias preguntas sobre su significado. Y ante mis respuestas solicitó venir a visitarme a fin de hablar con más extensión de un tema que le interesó con avidez de continuidad. Su visita comportó el ofrecimiento a un gran pintor amigo suyo, José Campillo, de cuyo conocimiento estaremos todos siempre agradecidos. Fue, además de un gran y verdadero artista, un amigo inmejorable y también maestro, pues a él le debo la lección más eficaz de pintura que he recibido. Pocos pintores unen a su arte la facultad de transmitirlo, y él fue un verdadero pedagogo. Se dió cuenta de la dificultad mía en traducir con éxito las zonas oscuras.
“La oscuridad, -me dijo- está llena de color. Fíjate bien, observa con atención y verás la intensa gama de colorido que contiene la parte oscura. Entorna un poco los ojos y lo apreciarás mejor”.
Y organizamos un  bodegón. La base de la mesa era de cristal y los reflejos de los distintos objetos en él, ofrecían dificultades que, antes de la lección, me hubieran sido difíciles de resolver. Pero cuando le llamé para que viera el cuadro terminado, contento y sorprendido, me felicitó.
“Bien, -dijo- lo has comprendido. Hay tanto color como en la luz. De verdad, te felicito.
¿Habéis estado en las nubes? Pues así me sentí yo. Me habían puesto alas y me sentí ligera como un pájaro azul.
Nos visitábamos a menudo y fue amigo y maestro de mi hijo. En su casa tuve ocasión de conocer a su ayudante, Mercedes Fabregat, a quien estaba pintando mientras ella dibujaba. Admiré la pintura y sentí gran simpatía por la modelo, cuya mirada y sonrisa expresaban con una gran bondad una no menor capacidad de amar. Había una revelada admiración por su maestro y una indudable adoración. Nuestro amigo – pensé yo – ya no está sólo.
Y cuando poco tiempo después vino Campillo a visitarnos y nos dijo:
“Amigos. Vengo a daros, a confiaros un secreto que no podéis imaginar”.
“Te casas con Mercedes, ¿no?” dije yo. Y lo acerté.
“Pero, - dijo él - ¿cómo es posible, si no lo sabía ni yo? Lo hemos decidido hace poco. Bueno, ¿qué os parece?”
“Nos sentimos muy felices de que así sea y os deseamos lo mejor. ¿Cuándo?”
Y sí. Fue una alegría para todos. El había enviudado hacía un tiempo y la compañía y la profunda comprensión que iba a compartir con Mercedes nos garantizaba la felicidad para ambos. La familia había aumentado.
Nunca olvidaré cuando, a consecuencia de la inyección de lipiodol sobrevino la meningitis y la parálisis que durante ocho meses me retuvo en cama, no hallando respuesta con el tratamiento alopático, el doctor Berjano optó por un tratamiento natural, Mercedes venía todos los días a ponerme compresas de agua muy caliente a toda la espalda. Mejoré lo suficiente para levantarme y seguir, algún tiempo después, el tratamiento de corrientes galvánicas con el Dr. Subirana.
Dos años después de mi matrimonio con Pedro se casaron Campillo y Mercedes y la amistad se estrechó mucho más entre nosotros. Amantes de la música venían a menudo y gozábamos juntos de verdaderas expansiones musicales. A veces venía sólo Mercedes y se sentaba junto a mí y escuchaba con tan íntegra atención que yo improvisaba con una riqueza de ideas en las qué la armonía entre el juego de la sensibilidad y de la fuerza se manifestaban de forma arrolladora. Y es que interpretar ante alguien que participe, que sienta, que coopere uniendo el propio ser a su más delicado sentimiento es el mejor nido donde nacer y crecer la inspiración.
En la misma época un primo de mi marido, director del Museo Arqueológico de Badalona, vió mis cuadros y me propuso una exposición por la que tuve que pintar gran número de cuadros, más de cincuenta, en unas circunstancias penosas ya que no podía sostener ni la paleta, pues aún me estaba recuperando de la meningitis. A fin de tener una opinión ajena y de cierta responsabilidad me atreví a llamar al critico periodista Del Arco que había entrevistado a mi amiga Rukmini Devi, para que me diera su opinión sobre mi pintura. Le costó aceptar mi petición pero vino, a regañadientes, pero lo hizo. Subió a disgusto las escaleras y entró.
Vió el piano. Con visible desagrado preguntó:
“¿Quién toca esto?”
“Yo”, contesté.
“Para mi es como si se tocase madera. No me gusta. – dijo- Digo lo que Napoleón,...... Bueno, enséñeme sus cuadros”.
Le enseñé algunos, entre ellos el retrato que había hecho a mi madre.
“Este es muy triste. Lo otro no ofrece novedad. Todo esto ya está hecho. Más le vale colgar los cuadros frente a la pared y olvídese de los pinceles. Usted no hará nada”. 
“Sr. Del Arco, - dije yo – ¿Me permite que le llame dentro de un año y le pida que vuelva? Yo seguiré pintando. ¿Qué opina, acepta? ¿vendrá?.
“Llame. Veremos”.
Pasó el año. Le llamé y vino y me dijo:
“Bien; pero (refiriéndose a una figura que se observa a la izquierda del cuadro) esta figura fantasmagórica que se ve aquí, ¿qué representa?.
“Esta, - contesté muy decidida – esto es usted Sr. Del Arco. Sus palabras hubieran podido hundirme, ¿no? Y surgió esto. Le agradezco que haya venido. Yo sólo quería enseñarle esto y no le pido su opinión. Gracias”.
Y nos despedimos. Creo que dijo algo. Para mi su mejor respuesta eran los ochenta y dos escalones que tuvo que subir para venir a mi casa. Y se lo agradecí.
Considero a la anécdota digna de ser incluida. Ambos fuimos sinceros.
Lo que disfrutamos luego con los amigos al revivirlo...
Seguimos participando todas nuestras cosas; esperanzas, luchas, esfuerzos, proyectos, ilusiones, enfermedades, hasta que la muerte llamó a nuestro amigo Campillo cuando empezaba a vivir su arte con libertad. El mundo juzgará su extensa obra en la que la naturaleza queda no tan sólo representada si no comprendida y enaltecida con plena dignidad.
El consejo de mi amigo ante dicho cuadro fue:
“Este es tu camino, Onésima. Síguelo”.
Las circunstancias no colaboraron y durante unos años el arte tuvo que quedar postergado ante la necesidad de atender a otras actividades y de solucionar otros problemas que no me permitían centrar mi atención en la pintura. En la época de silencios no se pierde nada. Al contrario; al coger de nuevo los pinceles y renovar la atención, se comprueba que se ha ido avanzando y que los pinceles cobran vida y responden fielmente a los dictados del corazón.
Pasé temporadas de reclusión entre paredes sin horizonte; con horas de soledad contando imágenes adquiridas de la observación continua y limitada de la pared y que surgían de las irregularidades de la pintura o del papel, y tales imágenes a fuerza de ser observadas y estudiadas, llegaban a hacerse familiares, incluso algunas de ellas fueron tema para algún cuadro. Así que mi naturaleza creativa tenía órganos a su alcance para su desarrollo. El hallazgo me llenaba de satisfacción y me ayudaba y daba a reconocer que la vida está en todo y cuanto nos rodea y nos ofrece ocasiones de manifestar su presencia. Y vivir en un interno silencio, con la conciencia aplicada a lo “por conocer”, sin meta de adquisición de conocimientos, sin esperanza de hallar lo desconocido si no tan sólo, la más absoluta entrega, el más sincero abandono es descubrir una cantera de insospechadas riquezas, de insondables bellezas de generosa y sublime compensación. Nada se altera en este silencio. Al contrario, todo coordina sujeta y dinamiza una suprema revelación. Revelación que es parte integrante de nuestro ser y que es, por tanto, inexplicable e intransferible.
Los años vividos en el piso de Viladomat encierran recuerdos de toda índole. Algunos muy dolorosos, otros exuberantes en interioridades que me han fortalecido.. Luego de mi regreso de mi viaje a Londres – que nadie esperaba – la situación cambió con ímpetu inaudito. El ídolo había caído; el pedestal se había derrumbado y, cuando quedaban unos pocos les invité a marchar. Y quedé sola y desnuda, pero firme y mirando al cielo cara a cara. Y seguí. Otros vinieron y de ellos quedan con auténtica fidelidad, sin dar ni pedir concesiones inútiles y egoístas ni deformar o conformar los ideales al impulso personal. Si algo falla, si algún error o equivoco se manifiesta, ellos saben que son los únicos llamados a corregir y la lección será acomodada a sus intrínsecas necesidades, aumentando así su capacidad de discernir y que, en el futuro, cada uno ha de labrar su propio camino. Eso no excluye en absoluto el trabajo de conjunto, la precisa cooperación, la unión con un todo cada vez más espacioso y con un horizonte más libre de limitación.
La mente parece ser una fuerza elástica en la que cada esfuerzo de cooperación instila nuevas energías y con ellas aumenta la capacidad de resistencia. Y la vida obedece a esta resistencia ofreciendo otras oportunidades de confrontación hasta llegar al nivel de la Paz.
Una de las siguientes pruebas fue ya una vez traspasado el piso y de haber pasado un cierto periodo de reposo en Premiá de Mar, periodo cuyo recuerdo es menos angustioso y que estuvo repleto de escenas ventajosamente interesantes, placenteras en su mayoría por la riqueza de las amistosas influencias con que nos enriquecían con su presencia. Amigos como Carlos y Nuria, Aurora, Julia y Libre que venían desde Madrid y el “pare Jordi” que venía de Montserrat y llenaba el hogar y nuestros corazónes con su bondad y sano humor. Nuria y Carlos pasaban unos días de vacaciones durante los primeros años de matrimonio; Aurora en otras fechas, también Julia y Libre, quince días todos los veranos. El “pare Jordi” cuando podía; pero era en verano, durante las vacaciones, antes de salir de nuevo para Roma. Yo pintaba flores para él y le grababa cintas que él guardaba con cariño y respeto. Esculpí  sus bustos a Libre y a Julia e hice el retrato a Aurora. Y componía e improvisaba pues la compañía compartía mi música y daba vida a mi inspiración. Conversaciones con Julia alcanzaban horas verdaderamente exhaustivas; pero llegábamos a las cinco de la madrugada viendo lucir las estrellas y esconderse tras la alborada sin extrañeza. “¿Ya son las cinco? ¿Y si nos acostásemos? Y, asombradas nos disponíamos a dormir una, dos, alguna vez tres horas; más no. pero eran días de ensueño. Luego, en su ausencia, la casa se sumía en un vacío intenso. Las paredes, silenciosas, conservaban el calor de su presencia. Poco a poco lo desvanecían y todo volvía a ser como antes. El recuerdo vivía una temporada más; pero también se esfumaba, se alejaba como una leve niebla y un ángel anunciaba: “luego volverán”. Y esperábamos. Cuando volvían, habían flores en la puerta y unas palabras: “BIENVENIDOS AL HOGAR”. Una pequeña tarjeta de bienvenida en cada almohada y un jazmín sobre cada cuchillo cuyo simbolismo nunca tuve que aclarar. Volvíamos a estar juntos y había transcurrido un año más. Tampoco ellos han muerto. Sólo no están.
También vive en nosotros el “pare Jordi”. Solo que no está, y aún no parece cierto. Han sido años de mútua ayuda, de amistad incomparablemente fiel y compartida. Vive en aquel su último y supremo ¡adiós! al que no pude contestar. Teníamos una absoluta fé el uno en el otro. Cuando su larga enfermedad recrudecía lo primero que hacía era: “Avisad a Onésima”. Tenía fe en mi plegaria como yo en sus ruegos. Era la mano fuerte y amorosa tendida entre el cielo y la tierra. Habíamos vivido momentos muy crudos, compartidos siempre con natural confianza. Un año, en un 24 de junio, vino inesperadamente a Premiá acompañado de un familiar. Venían a comunicarnos el fallecimiento de su muy buena madre, querida de todos. Lo sentí muy sinceramente. Al despedirnos, fui a la terraza, escogí unos bellos geranios y se los ofrecí para su madre.
Al llegar a su casa, abrió el ataúd, colocó mis flores entre sus manos y fue enterrada con ellas. Elocuente y tierno detalle que no olvidaré jamás.
Nos escribíamos con frecuencia; participó de nuestros problemas, y los de mi hijo a quien ayudó cuanto le fue posible. Nos amaba a todos y nosotros a él y a sus familiares con quienes nos une una auténtica estimación. A pesar de la absoluta confianza que nos unía, jamás le expliqué mis sufrimientos que él intuía; pero que tampoco comentaba. No era preciso. Pinté también su retrato que está en el Monasterio de Montserrat.
Volvimos a vivir en Barcelona. Cambiamos el piso de Premiá de Mar por un atractivo apartamento en San Pol de Mar a fin de estar más cerca del mar y poder nadar todos los días como me habían recomendado. En uno de los apartamentos vivía y vive en verano un traumatólogo que estaba de director en el Hospital de Calella. Como que los dolores y empeoramiento de ciertos movimientos había progresado, fuimos a visitarle. Ya en su primera visita fue elocuente y sincero. No ocultó la gravedad del caso y ordenó un scánner de columna que diagnosticó los hemangiomas, aplastamiento de algunas vértebras y la enfermedad de Paget. Empecé el tratamiento con inyecciones de Calcitonina, producto reciente indicado para la enfermedad de Paget y la osteoporosis. Mejoró el dolor y andaba con más seguridad. En la natación no mejoré gran cosa; pero pasé el verano mejor y parte del invierno. A pesar de ello tuve que suspender el tratamiento a motivo de las infecciones renales y que el esófago ofreció también más dificultades y, una vez en Barcelona, el Dr. López habló con el Dr. Soler Jorro. Este me hizo nuevas radiografías, diagnosticó la estenosis esofágica intrinseca, y no por reflejo, y aconsejó una dilatación. Nos explicó las posibles ventajas del experimento y aceptamos.
En el día y hora convenidos Pedro no pudo acompañarme a motivo de unos vértigos y dolor lumbar, y me acompañó mi hijo. No pudieron anestesiarme. Quedó sorprendido de mi capacidad de aguante y nos dijo que ya el doctor López le había advertido de lo estoica que era.
Me hizo dos dilataciones, una con un tubo más fino y otra con un tubo bastante más grueso. El dolor era insoportable. El tubo entraba y salía dando la impresión de destrozar por donde pasaba, sobre todo en la región laringo-faringea. Al terminar nos dijo: “Ni de rodillas, ni que me lo pidieran, le haría más. Me habían dicho que era estoica; pero nunca supuse que hasta este extremo”.
Recomendó hielo, ya de inmediato; pero los dolores se mantuvieron muchos días y quedó tan resentida la región que ni podía tragar ni apenas hablar. Luego me di cuenta de que no podía cantar. Habían quedado dañadas las cuerdas vocales y ya no podría volver a hacerlo. Me entristeció; pero comprendí y, si no había ya remedio, de nada servía enturbiar mi ánimo. Me ayudó mucho el pensar que ya lo había hecho y con buena voz. Peor que eso fue comprobar que la dilatación, con todas sus secuelas, no había servido más que para empeorar la situación. Y amontoné una experiencia más.
El doctor Fairen fue destinado a Martorell y entonces fuimos al Dr. Vallvé Queraltó. Ante el resultado de las radiografías quedó asombrado al ver el mal estado de mis huesos. Aparte me recomendaba al Dr. Ferrán Rico, neurocirujano de toda su confianza para que diagnosticase el aspecto neurológico que él creía muy afectado. Por suerte la visita a Pedro creo que fue muy acertada. La visita al Dr. Ferrán supuso un scánner y una resonancia magnética. Ante su resultado dijo: “No me gusta cuando he de hablar a un enfermo y no puedo darle noticias favorables. En medicina no se puede hacer nada. Si esperamos, no sería conveniente operar. Ahora es un momento en el qué podríamos atrevernos. Si no viene una parálisis o algo peor. Pienselo, pase las Navidades y el día 10 de enero nos da la respuesta. Haremos cuanto podamos por usted”.
Excuso decir cómo se sucedieron los días. Pero por encima de todo estaba muy agradecida, en primer lugar por haberme dicho la verdad, y luego por la delicada forma de expresarla y por la sinceridad con que sentía al tener que pronunciarlas. Al despedirnos le dije: “Dr. Ferran. Le quedo muy agradecida. Lo que yo puedo ofrecerle es mi arte. ¿Le agradarían unas flores o su retrato?” Se iluminó su rostro al decir:
“El retrato. Mis familiares lo tienen. Yo no”.
Y yo sentí también un gozo interno. Era mi mejor oferta y la más halagueña aceptación.
Los días siguieron en intensa lucha. ¿Qué hacer? La parálisis aún no ha llegado. Si me opero y no va bien, ya está. Y el día 10 llegó con una firme decisión.
Al reunirnos con los dos médicos, el Dr. Ferrán y el Dr. Vallvé les dije:
“Dr. Vallvé, Dr. Ferrán. Ya lo he pensado y no me opero”. Y los dos me felicitaron.
Y establecimos fecha para empezar el retrato. No había todavía la suficiente confianza para decirle al Dr. Ferrán según qué. Ni le conocía lo suficiente para saber si su peinado era o no el de costumbre. Pero el peinado no era el suyo, y le cambiaba la expresión. Lo fatal es que me di cuenta cuando el retrato estaba ya muy adelantado y fue al ir un día de visita y verle con su pelo natural rizado, peinado hacía atrás. Como que venía a casa casi todos los días a clase de dibujo y pintura, nació una muy buena amistad. Retoqué el cuadro porque había unos toques amarillos que no nos gustaban. Pero sigo con el deseo de renovarlo a fin de que el parecido sea exacto. Se lo diré. Después de mi decisión hubieron nuevas radiografías y resonancias, unas solicitadas por el Dr. Vallvé y otras por el Dr. Ferrán.
El Dr. Ferrán tenía ya facilidad tanto para el dibujo como en la visión del color que iba adquiriendo mayor y mejor sensibilidad. Pero las sesiones de pintura se sucedieron pero con alternativas de reposo debido al trabajo y a que algo en la vida del doctor no era como antes. Yo tenía entonces una hermana mayor enferma con serios problemas no tan solo de salud si no también de ambiente familiar. Su carácter también contribuía y no significaba para ella su apoyo y su consuelo. Me llamaba siempre incluso durante la clase y yo la atendía para no defraudarla y darle un nuevo motivo de sentirse en soledad. Llegué a temer que eso influyera en frenar el interés por la clase en sí. Tal vez no fue este el motivo si no el poco tiempo de que disponía u otros problemas. El caso es que en su mejor momento se suspendieron. Lo que aprendió vive en él y le servirá.
Las frecuentes infecciones renales que sufría, movieron al Dr. Ferran a recomendarme la visita a un nefrólogo a lo que yo contesté: “Conozco a uno, el Dr. Rotellar”.
“Es el mejor, - me contestó – pues vaya usted y que la reconozca”.
Y naturalmente fui. No sé si me reconoció; pero como que yo había hecho el retrato de su esposa, entonces si llegó el recuerdo. Y me dijo que el retrato ya no lo tenía pues se lo había llevado su ex esposa al marchar. Le obsequié con un cuadro con una sola rosa perdida en un fondo muy especial. Se que le gustó y lo tiene en la clínica. Su comportamiento ha sido siempre de ejemplar dedicación al enfermo y sin egoísmo alguno. Desde aquel momento estoy en sus manos y tanto él como el Dr. Hernández cuidan de mi como lo harían con un familiar.