Retrato de una
niña preciosa. Una adolescente.
Voy a contar
una anécdota que me sucedió después de hacer un retrato, precisamente, cuando
era muy joven.
Antes de
entrar a colaborar en Editorial Bruguera, trabajaba en publicidad. Hacia los dibujos de “Publicidad Mediterránea”
y tenía una relación muy cordial y amistosa con todos los empleados y
directivos de la agencia. Por esto, cuando su director, Roldán Martínez, se
casó, hice el retrato de la que se convirtió en su esposa, y quedó francamente
bien.
Tiempo después
me invitaron a cenar a su casa. Sirvieron una cena fría a base de embutidos,
quesos y otras delicias. Yo venía de una posguerra con dificultades económicas
donde los requisitos brillaban por su ausencia, y era la primera vez que
comía muchas de las cosas que sirvieron
en aquella ocasión. Se me hacia la boca agua ante aquel magnifico espectáculo
gastronómico.
Después de
comer canapés de jamón, distintos quesos, gambas y cremas deliciosas, me llevé
a la boca algo que tampoco había visto jamás. Estaba junto al padre de la novia
y le pregunté: ¿Qué son esas bolitas negras de este canapé? – Me miró con una
expresión entre incrédula y asombrada y me respondió: ¡Caviar, claro...!
Busqué un
agujero en el suelo donde desaparecer, pero no había ninguno...
Bueno, pero en aquellos tiempos no era muy frecuente ver el caviar en España, imagino...
ResponderEliminarEl que no lo habia visto nunca era yo, eso seguro, y menos aún comerlo! La verdad es que entonces no me gustó y pensé que prefería unas buenas sardinas asadas!
ResponderEliminarYo compro uno muy bueno en la tienda lituana. Bueno, compro dos: el sucedáneo para mis caprichos esporádicos y el de verdad para los puntuales. Me gusta más el caviar rojo que el negro, eso sí.
ResponderEliminarDespues ya he comido también, naturalmente, pero sigo sin ser un consumidor adicto.
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